Capitulo LIX: Pixereando (Los Increíbles)

358 28 2
                                    

“Los Increíbles” fue un poco un paso adelante respecto a la tecnología y la narrativa: la historia no se centraba en objetos inanimados o animales, sino en seres humanos. Y en una filmografía llena de ello, estamos hablando de una película que desborda mucha humanidad precisamente, y probablemente es una de las cintas con mayor número de interpretaciones, re-interpretaciones y lecturas que jamás haya hecho la compañía.

El mundo que se nos presenta es uno dónde los superheroes existen, pero debido a los daños colaterales que sus acciones provocan, la presión del público se torna en su contra y eventualmente se ven obligados a abandonar esa vida, y volverse tan anónimos como cualquier Pedro o Paco.

Mister Increíble, uno de los superheroes más afamados y queridos tiene que tomar un empleo en una agencia de seguros; un trabajo de escritorio que no le deja más que una enorme frustración: desde el momento uno, lo vemos con unos ánimos bajos, una frustración enorme por no poder seguir haciendo aquello que hacía, le gustaba y en lo que era bueno y aprovecha cualquier oportunidad para, dentro de sus posibilidades, ayudar al que lo requiera.

No es el único personaje con tal actitud respecto a su nueva vida: en menor medida, tenemos el personaje de Frozone, quien aunque quizá no expresa de manera tan obvia su pesar respecto al modo en que tiene que vivir, si no extrañara al menos en una pequeña fracción el pasado, no arriesgaría su identidad por auxiliar a Mister Increíble (Bob Parr) en sus tareas fuera de horario.

En otra medida, tenemos a una no-heroína: Edna Moda, quien probablemente es todavía más renuente al estado de su profesión actual que el propio Bob. Expresa claramente que extraña diseñar trajes para superheroes, y diseñar para supermodelos y viajar a Milán sencillamente no le es suficiente.

He ahí el primer mensaje del filme: la vocación, la inclinación de una persona hacía determinada actividad al grado de convertirla en un modo de vida.

Algunos de nosotros tenemos algo en lo que somos muy buenos (o por lo menos, somos competentes), y en muchos casos, ese “algo” se podía vislumbrar desde corta edad: hay niños que les encantaba construir cosas, y crecieron para volverse ingenieros; otros gustaban de los animales, y se volvieron veterinarios, y en mi caso, al igual que estoy seguro le sucedió a muchos que leen estas lineas, me gustaba contar e inventar historias.

Pero la vida no siempre es tan sencilla: podemos saber qué queremos hacer con nuestras vidas, pero en ocasiones no estamos de todo encarrilados en ello. Daría lo que fuera por estar en un trabajo como guionista para un show de televisión o para filmes de Hollywood, pero no todos llegan a eso: es una carrera competida y allá afuera hay miles con tanto o más talento qué uno, e inclusive el talento no basta: si no se tiene oportunidad, por más bueno que seas en tal o cuál actividad, no existirá probabilidad de llevarla a cabo y de potencialmente, vivir de ella.

Como toda persona con un sueño, en ocasiones uno debe dejarlos de lado un poco para encontrar un modo de ganarse el pan; he hablado creo en anteriores ocasiones respecto a lo frustrante que puede ser no seguir la ruta que uno quisiera profesionalmente, pero de alguna manera debemos hallar la forma de pagar las cuentas.

Bob Parr representa una frustración muy conocida no sólo para mi, sino para millones de personas: atrapadas en empleos sin futuro que no ofrecen la sensación de auto-realización que volcarnos a nuestra verdadera vocación si tendría.

FiccionandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora