Capitulo XVI: Secuelitis

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Benjamin Franklyn declaró que en la vida sólo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos. Eso es verdad para la gran mayoría de los mortales, pero uno quizá podría substituir eso último en el caso de las personas que laboran en la industria del entretenimiento (para eso están los bancos en las Islas Caimán después de todo), y reemplazarlo con “secuelas”.

Este episodio de Ficcionando no será un ensayo de 1000 palabras más o menos para denunciar la “falta de creatividad” del entretenimiento en nuestros días y acerca de lo hartos que estamos muchos de secuelas, precuelas, reboots y demás hierbas raras; para eso, está la mitad de la Internet (ya saben, la mitad que no está dedicada al porno). En su lugar, hablaremos acerca de una frase muy bien conocida y qué tan cierta es, deconstruyendo las ideas y prejuicios.

¿Las segundas partes realmente nunca pueden ser buenas?

Antes de empezar, creo que vale la pena comenzar por lo más básico: el ser humano es una criatura de costumbres, y si algo le gusto, lo más natural es que quiera repetir ese “algo”, ya sea comida, sexo o la segunda parte de una obra. En esencia, he ahí el gusto de una secuela: nos encariñamos con ciertos personajes que a veces una sola parte no basta, sin importar el medio.

Otra premisa básica es que al final del día, el entretenimiento es una industria: la gente de arriba está ahí no por amor al arte, sino para hacer dinero, y seguirán en ello mientras se sigan dando números negros. Y como todo negocio, ya sean los energéticos, o la industria automotriz, la lógica indica que aquello que ya probó otorgar ganancias las seguirá dando en el futuro. Probar con algo nuevo puede ser arriesgado, costar mucho, y no hay garantía de que se den resultados. Ergo, apostar por lo conocido no sólo tiene su razón de ser, sino que en realidad es lo más sensato desde ese punto de vista.

Suponer que el fenómeno de las constantes secuelas es algo nuevo puede ser tentador, pero la verdad es que sería no sólo absurdo, sino factiblemente erróneo. En los primeros años de Hollywood así como en su época dorada, hacer nuevas versiones de viejos conocidos era algo tan común como hoy: “The Jazz Singer” tuvo versiones en 1927, 1952 y 1980. “The Maltese Falcon” las tuvo en 1931, 1936 y 1941. Y ni hablar de personajes como Dracula o Robin Hood, que parecía ser una cosa de cada dos o tres años.

Dado estos pequeños breviarios, ahora podemos analizar el porque tantas secuelas no parecen vivir a la imagen y fama de las partes que le precedieron, y porque unas cuantas de hecho logran no sólo en ocasiones ser tan buenas como la original, sino que en algunos casos son consideradas superiores.

Podemos antes que nada dividir las secuelas en dos grupos:

* Secuelas Planeadas: el autor o los autores han decidido que la historia que se contará será partida en varias fases.

* Secuelas No-Planeadas: la historia continua no porque haya sido una decisión creativa o artística, sino por factores más que nada, comerciales.

Partiendo de ahí, uno puede notar que las esencias de ambos tipos de secuelas son muy diferentes: la primera es una elección deliberada por motivos internos y endémicos a la historia, mientras que la segunda es motivado por ganancia material. Claro, puede ser simplemente que el autor se maraville con el hecho que su obra resultó ser popular y quiere darles más...pero casi siempre hay al menos un par de billetes de por medio.

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