Capitulo XXX: El Autor ha Muerto (¡Larga vida al Autor!)

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Después de acabar con mi mini-serie de ensayos “Disneyando” en la que examinó poco a poco distintas heroínas de la compañía del ratón al tiempo que creo un nombre que podría hacer que más de un miembro de la Real Academia Española se infarte, recibí mensajes de una amiga y colega escritora que me plantea una interesante cuestión que, no en sus palabras, pero si en las mías (y espero haber comprendido su punto) va algo así:

¿Realmente los autores tienen pensado todos esos simbolismos, alegorías e interpretaciones que a veces los fans (y no tan fans) ven en las obras de ficción?

En pocas palabras, ¿no es algo que existe sólo en la cabeza de algunos miembros de la audiencia? Supongo que en muchos sentidos, leer e interpretar una historia es como una prueba de Roschard: uno ve lo que quiere ver, o lo que está inclinado a ver.

Y siendo honestos, ella planteaba buenos puntos: yo mismo soy fan al hecho de buscar y re-buscar cosas que quizá (o más bien: MUY probablemente) no estaban ahí en primer lugar. En ocasiones el autor puede decirnos que su historia puede interpretarse de tal o cuál manera y que somos libres de hacerlo, pero en otras el creador de la obra nos puede simplemente indicar la verdadera intención de su texto y mandar por un caño las lecturas que pudieron surgir.

Y para la mayoría, todo acabaría en eso: el propio autor aclaró las dudas, y en ocasiones cuándo quién crea la historia responde y explica su obra, se le llama “Palabra de Dios”, un poco recordando al término de la infabilidad Papal (una doctrina dentro del catolicismo en el cuál el Papa no puede errar en sus declaraciones, en base a que representa los deseos de su deidad).

Pero para otros, lo que diga el propio autor no tiene la menor importancia, y no: no importa en lo más mínimo que él sea el pobre diablo que hizo la obra en primer lugar. No parece importar matar al autor (metafóricamente hablando).

Es ahí dónde les presento un nuevo concepto titulado apropiadamente “la muerte del autor”.

En la muerte del autor, se sostiene que las circunstancias en las que se encontró el autor, así como detalles biográficos y personales como las intenciones no tienen peso real a la hora de interpretar su obra, y que la interpretación del autor no es intrínsecamente más valida qué la interpretación que un aficionado común puede darle.

¿Bajo qué argumento se puede defender una idea en apariencia inicial tan descabellada?

La lógica del concepto se basa en que los obras están diseñadas para ser leídas o vistas, no escritas: así que las maneras en las que, digamos, un libro puede ser interpretado es más importante qué las maneras en las que un libro puede ser escrito. Claro está, pueden haber motivos más prácticos, como el hecho de que el autor no esté dispuesto a explicarnos con detalle lo qué intentó expresar aquí o allá (no los culpo: con los fans obsesiones que pueden haber, algunos podrían inclusive dejar de ver a sus familias si es que tuvieran la intención de aclarar todas las dudas de los lectores) o inclusive, bueno, la muerte: Miguel de Cervantes o George Orwell no están vivos para que podamos hacerles las preguntas nosotros mismos. Y si el propio autor no dejó claro algunos pasajes, es sólo algo natural que la audiencia encuentre sus maneras de leer una historia, la mayor parte del tiempo, basados en sus propias experiencias de vida.

Creo que en cierto modo es una expresión última de un concepto que expliqué con anterioridad: el “Show, don't tell”. Si una historia tiene la intención de expresar un tema o una idea, esa debería derivar de la narrativa de dicha historia, no de comentarios fuera de la obra que haga el propio autor. Uno podría entonces decir que significa que entonces el libro, película o serie fue “mal escrito”, pero eso no es necesariamente cierto en realidad, ni siquiera en la mayoría de los casos.

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