Epílogo

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Silencio.

Denso, profundo, duro. Y frío. Un frío que dolía, pero que no me importaba sentir.

Harry murió un sábado por la tarde.

Harry murió solo.

Harry murió por culpa mía.

Harry murió.

Intento dejar de repetirme aquella tortura en mi mente. Pero este es mi castigo, me digo. Merezco recordar a cada momento que el hombre de mis sueños se ha ido gracias a mis errores. Me aliso el vestido una vez más, ignorando mis manos temblorosas, ignorando el nudo en mi corazón. Observo la tela negra dolorosamente, dándome cuenta que nunca antes me había puesto este vestido y que no puedo creer la razón de porque lo llevo puesto.

Harry murió.

Y han pasado dos días.

Ni siquiera sé como he llegado hasta este momento. Las últimas horas han sido casi borrosas, transcurriendo con lentitud y con el dolor en un estado puro. Cada célula de mi cuerpo está débil y lo siento a medida que comienzo a caminar de regreso a la cama. Me siento, apoyándome con las manos en el acto y lo que alguna vez fueron unas acogedoras sabanas en este momento solo me hacen daño en la piel gracias a los recuerdos que no quieren dejarme en paz esta tarde.

A pesar de mi visión borrosa y empañada, logro aferrar el papel de su carta entre mis dedos. Perdí la cuenta de cuantas veces la he leído esta mañana al despertarme. El papel esta arrugado y hay letras que no se distinguen gracias a mis lágrimas. Pero no me importa. Conozco perfectamente cada palabra escrita en esta hoja.

¿Por qué, Harry?

¿Por qué tuviste que hacer todo esto mucho más tormentoso de lo que ya es?

Pero no lo culpo. Ni le reprocho absolutamente nada. Esto es lo mejor y lo peor que pudo haberme dejado y me aferraré a este insignificante papel cada día, sabiendo que son sus sentimientos, sus palabras, su letra. Sabiendo que quizá haya sido lo último que sus dedos tocaron.

Estoy dispuesta a leerla una vez más en el día, pero en cuanto desdoblo la carta, golpes en mi puerta me sobresaltan. La guardo con rapidez en mi mesita para luego poder secarme las lágrimas de las mejillas y observar a Louis entrando a mi habitación.

Mi vista se vuelve a empañar cuando me doy cuenta lo rojos que estan sus ojos y que el mismo dolor que siento en este momento se refleja en ellos. Sé que su interrupción es una señal. La señal para saber si estoy lista o no.

Hoy es el funeral.

—No quise asustarte —su voz se oye entrecortada y casi no la reconozco. Cuando comienza a avanzar hacía mi, me pongo de pie. No tengo claro porque, pero no podría soportar tocarlo en este momento. Tampoco tengo claro como me acuerdo de donde he dejado mi bolso, pero en cuanto lo aferro a mi hombro, solo basta un asentimiento de cabeza hacía mi mejor amigo para hacerle ver que estoy lista.

No, lista no. Jamás lo estaría.

Sigo pensando si podré superar todo esto cuando salimos de casa.

Quiero agradecerle a Louis por abrirme la puerta de su coche y ayudarme a subir, pero no puedo hablar. Me percato casi de inmediato de la presencia de mi madre y de Ed en los asientos traseros, pero no soy capaz de voltear. En lugar de ello, cierro mis ojos fuertemente, ayudando a mis lágrimas a caer una vez más.

No soy capaz de mirar a mi bebé en este momento. No solo porque aún no puedo creer que lo tenga a mi lado, sino porque cada vez que nuestras miradas se entrelazan, pienso en él. Pienso en que jamás nuestro hijo estará en sus brazos. Jamás será su padre, porque le arrebataron aquella posibilidad. No sé porque, pero ahora no soy capaz de dejar de pensar en cómo le diré a mi Ed que su padre está muerto.

My Exboyfriend » hs (en edición)Where stories live. Discover now