Un nuevo Alexander

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Alexander estaba solo en la azotea de la escuela esperando a Rodrigo. Llevaba rato ahí. Sabía de antemano que tal vez el chico no querría verlo ni en pintura, pero lo esperaría toda la mañana de ser necesario. Debía aclarar las cosas con él. Si después de hablar quería dejarlo lo entendería. La puerta de acceso se abrió sacando a Alexander de sus pensamientos.

―Tardaste ―dijo Alexander cuando entró Rodrigo, ignorando el alivio que se instaló en su pecho.

―Disculpa, yo... no sabía que habías sido tú el de los mensajes.

Alexander asintió.

―¿De que querías hablar antes de que me fuera? -preguntó Alexander tratando de atrasar lo que quería decirle.

―No era obvio ―dijo Rodrigo.

―No, para mí por lo menos.

―Alexander...

―Solo dilo.

―¡Maldita sea! Quería hablar de nosotros. Quería saber que significaba para ti. Quería decirte lo que sentía.

―Habíamos terminado.

―Que yo recuerde nunca dije que estaba de acuerdo con la estúpida decisión tuya de terminar.

―No me sentía a gusto en la relación ―dijo Alexander con el ceño fruncido.

Rodrigo miró dolido a Alexander.

―¿Por qué te aferras tanto a la idea de que estemos separados? ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no me miraste a la cara y me dijiste de frente que ibas a abandonarme? ¡Dios! ¿Por qué regresaste?

―Es difícil de explicar -dijo con una sonrisa tímida Alexander.

―¡Explícame entonces! -exclamó Rodrigo con el ceño fruncido.

Alexander suspiró con pesadez.

―Cuando fui por Samuel no dejaba de pensar en ti. Se que habías dicho que me ayudarías a liberarlo pero no quería compartir eso contigo, no quería ponerte en peligro...

―Eso lo dejaste claro pero sigo...

―Si sigues interrumpiéndome no te explicaré nada más y daré el temas por zanjado.

Rodrigo mordió su labio inferior conteniendo la rabia que bullía en su interior.

―Esta bien.

―Bueno, no quiera arriesgarte. Sigo sin querer hacerlo. Dios, cuando vi a Samuel sentí verdadera pena. Estaba destruido pero había encontrado de cierta forma salvación. Aun no estoy seguro, pero cuando vi a Samuel con Sasha en aquella cabaña cuando escapamos nos vi a ti y a mí. Samuel era una carga para Sasha.

―¿Me comparaste con tu ex? ―preguntó indignado Rodrigo.

Alexander negó frenético.

―¡Claro que no! Yo era como Samuel, débil, vulnerable.

Rodrigo se acercó a Alexander y lo tomó del rostro para que lo mirara directo a los ojos.

―No, no eres débil ni vulnerable.

-Lo sé -dijo Alexander cerrando los ojos disfrutando el tanto que hace tanto tiempo no sentía.

―No hay una cura mágica; un hechizo que lo aleje todo para siempre. Solo hay pequeños pasos; un día más fácil, una risa inesperada, un recuerdo al que ya no le des importancia. Poco a poco, de uno en uno. Pero Alexander si no quieres hacerlo no funcionará. Si te cierras y alejas a todas las personas capaces de darte recuerdos con los que tapizar los viejos no dejarás de pensar. Debes quererlo, luchar por ello. Debes ser tu quien decida.

Diario de un SuicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora