Recuerdo

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Profanado

Habían pasado varias semanas desde el cumpleaños de Alexander y a cada instantes el pelinegro se sentía mas destrozado.

Su hermana le había preguntado sobre qué clase de relación tenía con Samuel. Alexander dijo que eran una pareja feliz y enamorada. Ni siquiera él creyó sus palabras.

Caminaba tranquilamente por su vecindario cuando vio que Samuel se acercaba, quería correr pero sabía que si lo hacía le iría mal. Debió haberlo hecho. Debió haber corrido sin mirar atrás.

Samuel llegó junto a él. Estaba de mal humor.

―Acompañame ―ordenó.

Alexander siguió a Samuel sin rechistar. Esperaba que ese día no lo golpease para desahogarse.

Cuando llegaron a la casa de Samuel el mayor le pidió a Alexander que lo esperase en su habitación.

Alexander subió y cuando entro al cuarto encontró a dos hombres de la edad de Samuel. Alexander los conocía, eran amigos de su novio.

―El premio llego, Abraham ―dijo uno de ellos.

―Ya veo, Alberto ―respondió el mencionado.

―¿A qué se refieren? ―preguntó Alexander.

―Tu perdedor novio apostó tu virginidad en el club y bueno, Abraham y yo ganamos.

Alexander comenzó a retroceder. Iba a la puerta cuando el moreno de ojos miel llamado Alberto lo tomó de una mano y lo aventó a la cama.

―No, no, no. De esta no te escapas ―dijo.

―¡Samuel! ¡Samuel! ―gritó desesperado Alexander.

―Él no vendrá idiota, o es tu virginidad o nos paga los dolarucos que nos debe ―dijo con una risa Abraham.

―Por... favor ―lloró Alexander.

―¡Wow! No hemos comenzado y ya nos está rogando. Que fácil ―dijo Alberto.

―sí que somos buenos ―agregó Abraham.

Alexander se estremeció de asco cuando esos hombres comenzaron a tocarlo mientras le quitaban la ropa. Se odio a si mismo cuando su cuerpo comenzó a reaccionar por el roce. Se sintió humillado cuando esos hombres se burlaron de él. Lloró de dolor con cada brusco roce que sentía en su cuerpo, con cada golpe que recibió su cuerpo. Lloró cuando sintió que uno de ellos lo penetro sin preparación. Por más que gritaba por ayuda nadie acudía a él, nadie venia ayudar. Cansado de sus gritos Abraham introdujo bruscamente su penen en la boca de Alexander. Se odio por ser débil, se odio por no poder hacer nada. Se dio por seguir amando a Samuel, a pesar de todo.

Cuando esos hombres se sintieron satisfechos lo dejaron usado y sucio sobre la cama de Samuel y salieron de la habitación. Escucho como entraba Samuel y se sentaba junto a él.

―Lo siento ―dijo Samuel―. Pensé que ganaría, no sabía qué hacer. No tenía dinero.

Alexander aun presa del dolor sonrió y dijo entre lágrimas "estoy bien".

Esa tarde Samuel también lo tomó sin compasión de su dolo o su asco. Le había dicho que tenía derecho ya que era su novio.





Diario de un SuicidaWhere stories live. Discover now