Diario de un Suicida

Son sus problemas, no nuestros - II

Gustavo miró impactado las palabras de Michelle, al menos duras para él.

―¡Me ha llamado idiota! ―exclamó dolido.

Gustavo repasó lentamente el último mensaje que Michelle le había enviado. Comprendía cada palabra. Aceptaba que era un idiota pero le dolía que su amigo del alma, su hermano, el chico con quien jugó en el jardín de niños, el que lo defendió de las niñas malas, el que lo apoyaba en cualquier idiotez que se le ocurría cuando estaba aburrido. Le dolía que Rodrigo sufriese por un chico cuando ambos juraron jamás sufrir por amor.

Volvió a leer el mensaje y se sentó de golpe. Con prisa salió de su habitación.

―¡Mamá! ―gritó a todo pulmón.

―¡cocina!

El chico llegó hasta donde estaba su madre y con desesperación le mostró el teléfono.

―¿Qué entiendes aquí? ―preguntó el chico señalando específicamente algunas líneas.

La mujer, quien aparentaba menos edad de la que tenía leyó con cuidado.

―¿Ese no es el nombre de la chica de la que tanto nos hablas a Louis y a mí?

―sí, pero dime que entiendes.

―¿De verdad no lo captas?

―Por favor, dime y deja de darle vueltas. Creo entender pero no quiero falsas esperanzas.

La mujer sonrió, llevó una de sus manos al rostro de su hijo y dijo:

―Eres correspondido, hijo.

―¿de verdad?

―Sip. Ahora deja de molestar.

―Odiosa ―dijo Gustavo con el ceño fruncido.

La mujer le sacó la lengua y sonrió traviesa. El más joven sonrió y miró con admiración a su madre, la mujer que lo había sacado adelante por si sola, la mujer que no le importo lo que dijera la gente y lo tubo aunque fuese una chica de 16 años.

―¿Qué crees que debería hacer?

―¿Aun sigues aquí? ―preguntó a su vez con una ceja alzada―. ¿Recuerdas lo que hice cuando me fije en Louis?

―Sí, lo acosaste todo lo que pudiste hasta que no le quedó más remedio que salir contigo.

―Pues es tu turno. Ve por ella.

Gustavo asintió, besó a su madre y salió rápidamente de la casa.

[