Aemond Targaryen

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—Estás tenso, Aemond. —dijo Alicent mirando su brazo tensado. —¿Por qué?

—Tengo un hijo, del cual me perdí dieciséis inviernos de su vida, madre, un hijo el cual no le enseñe a montar, no sé si es un jinete de dragón o sí sabe luchar, me he perdido años de su vida, por un estúpido rumor.

Alicent lo miró sin decir nada. ¿Qué podía decirle a su hijo? ¿Qué lamentaba también el no haber estado presente en la vida de su nieto?

—Pero puedes enmendar tu error, Aemond, acercarte.

—¿Me aceptará?

—Tú y Osferth tienen la sangre de un dragón, y está es espesa, la sangre llama Aemond.

—Osferth me odia.

—¿Cómo lo sabes? Tal vez no estuviste presente todos estos años, pero sí sé parece a Aérea, te ama.

—Aérea me odia.

—No creo, sólo le duele tu desconfianza. ¿Cómo te sentirías sí Aérea dudará de ti?

—Nunca le di motivos para desconfiar.

—¿Y ella a ti sí?

—No.

—Aemond, sé que no he sido la mejor figura que tienes, sé que no te apoyé muchas veces, pero eso no quiere decir que no te ame y que no te quiera ver feliz, Osferth necesita un padre, tú lo eres, lucha por ellos, son tu familia, hablarán después de la cena.

Aemond asintió tomando vino, mientras miraba como su antigua esposa y su hijo hablaban.

[***]

—¿Ya viene Aemond, madre?

—¿Me necesitaban?

—Tío Aemond. —Aérea aclaró su garganta. —él es mi hijo Osferth.

—Maegor, según dicen.

—Osferth Maegor, lord.

—No me digas lord, somos familia después de todo.

—¿Es mi tío? ¿O es mi padre?

—Directo, igual que tu madre.

—¿Lo es o no?

—Sí, si lo soy, fui esposo de tu madre en el 130 d.C.

—Nací en ese año.

—Lo sé.

—¿Por qué la anulación?

—Hubieron ciertas... cosas.

—¿Qué cosas fueron tan letales cómo para alejarse de su hijo y de la esposa qué tanto dicen qué amo?

—¿Cómo?

—Hay historias que relatan su amor, en la biblioteca, todos dicen que fue por celos. ¿Fue por eso?

—Desconfianza.

—¿Y eso lo alejó de mí? ¿De su hijo? ¿Me tachó de bastardo?

—Eres mi hijo.

—¿Y antes de ver qué soy una copia suya también lo creía?

Aemond bajó la cabeza, recordando las múltiples discusiones que entre él y Aérea se habían provocado, el dolor en los ojos de Aérea y la decepción al no creerle, la rabia con la que lo miraba desde ese entonces, la forma en la que abandonó el castillo esa tarde, el miedo de recibir la noticia de la muerte de Aérea, el miedo de mirar aquel niño y encontrarlo como un Strong, la supuesta carta del fallecimiento del segundo bebé.

—Me cegaron los celos, Osferth, me dijeron que eras hijo de Lucerys.

—Bueno, desearía serlo.

—¿Cómo dices?

—Lucerys Targaryen ha ejercido más su paternidad conmigo que usted en toda mi vida, supongo que me gustaría ser su hijo, al menos él no me tacharía de bastardo, confiaría plenamente en los que ama.

—Osferth, lamento no haber estado ahí para ti, lamento el haber permitido que segundas personas me hicieran dudar de Aérea y de ti, el no haber estado presente cuando estabas en el vientre, tampoco en el parto, en tu infancia ni adolescencia, pero deseo que me dejes enmendar mi error, ser parte de tu vida sí así lo deseas.

—Soy el mejor guerrero de mi edad, se supone que un padre le enseña a su hijo todas sus técnicas.

—Estás enojado y lo entiendo.

—Decepcionado.

—¿Ya tienes un dragón?

—El abuelo Daemon dijo que me llevaría a reclamar uno.

—Ya tienes un dragón, Osferth. —dijo Aérea.

—¿Cómo?

—Tu huevo eclosionó hace dieciséis inviernos.

—¿De quién es hijo?

—Vaghar y Æraxes.

—¿Tú dragón tuvo crías?

—Créeme, ni yo sé lo que hace.

—Vaghar puso una camada de huevos, de todos sólo el tuyo eclosionó.

—¿Una anciana de doscientos años puede poner una camada de huevos?

—Tenía menos en ese entonces.

—Ya ves que sí.

—¿Puedo conocerlo?

—Supongo. ¿Sabes alto valyrio?

—La pregunta ofende.

—¿Cómo se llama? —cuestionó está vez Aérea.

—Creí que Osferth querría llamarlo, por mientras lo llamé Æghar.

—¿En serio combinó los nombres de nuestros dragones?

—Es un lindo nombre.

—Supongo que tengo que ir a reclamarlo.

—¡Osferth espera! ¡No quieres ser quemado, en serio!

—¡Soy un Targaryen inmune al fuego!

—¿En dónde escuché eso antes? —dijo la menor y volteó a ver al mayor.

—¿Qué?

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