Capítulo 31 - Primera Parte

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 —Así termina la historia de «Las Siete Campanas del Templo del Arco Iris» —dijo el Maestro.

Todos quedamos en silencio como intentando digerir ese final. Por mi parte, debatiéndome entre lo maravilloso de la renovación del mundo y el inicio del Camino, por un lado, y lo sucedido con Naoki por el otro, pensaba que en ese momento debería comenzar a acribillar al Maestro con un millón de preguntas. La historia había terminado. Se suponía que ahora tendría todos los elementos necesarios para descubrir los secretos de la Sabiduría... pero en lugar de «iluminarme»... sentía que me iba hundiendo en la oscuridad. Por eso opté por no preguntar nada. Pensé que, a partir de ese momento, debería meditar tanto y tan profundamente, como nunca lo había hecho en mi vida. Pero de pronto, como siempre... miré a Hiroshi. El chico secaba las lágrimas que caían por sus mejillas, pero permanecía también en silencio. ¿Por qué no decía nada? ¿Qué estaría pasando en su mente y en su corazón? ¿Llorar en silencio sin ningún «¡Oh, Takeo!»? Eso no era propio de Hiroshi.

—Maestro —dijo con suavidad Satou, como temiendo romper esa atmósfera de recogimiento que reinaba en la sala—. Pienso que, como lo hubiera dicho el dios, ahora nos toca a nosotros.

—¿Tienes puntos pendientes, Satou? —preguntó el anciano.

—¿Acerca de la historia? Sí. Todavía quedan enigmas por descifrar y como acabas de anunciar que el relato ha terminado, creo que nos toca a nosotros descifrarlos. Además, no nos dijiste cómo evolucionó el mundo a partir de ese momento... si el Templo al fin fue reconstruido y la veneración restablecida, ni cómo hicieron los chicos para lograrlo... sobre todo con lo difícil que les debe haber sido trasladar las pesadas campanas hasta la cumbre del monte Midori y ponerlas en su sitio, ni cómo fue que quedaron. Pero... me inclino a creer que todo se cumplió como Aosora había pedido... de otro modo, nuestro mundo, el mundo de los cielos azules, no habría llegado al punto donde está ahora... ni conoceríamos el Camino... Maestro... a propósito del Camino... Las flores maravillosas que habían aparecido en el mundo, desde el principio de la historia, ¿Son las flores de loto? El dios del Cielo Estrellado, al sembrarlas aquí... ¿nos dio la primera enseñanza sobre La Ley?

—Así es, Satou. Ya te deben haber enseñado, desde niño, que el loto representa la Simultaneidad de la Causa y el Efecto; porque es la única flor que nace ya con sus semillas desarrolladas... hermoso ejemplo de La Ley —le dijo el Maestro—. Y como si eso fuera poco, enseñan que del fango, del lodo aparentemente inservible, puede nacer algo hermoso.

—Sí, lo sé... entonces, ¿un hombre sabio es el que conoce La Ley?

—Todo hombre sabio, Satou, conoce La Ley. Pero no todo el que conoce La Ley es sabio.

Que Taiki y Takashi permanecieran en silencio, me parecía natural. Ellos estaban más avanzados que nosotros en todo esto. Que Satou preguntara, también lo consideré lógico, habida cuenta de haberse mostrado tan interesado en la adquisición de los secretos de la Sabiduría como yo mismo. Que Hiroshi llorara en silencio, me llamó la atención. Pero que mi madre... ¡mi madre! también guardara silencio, eso era más que sorprendente. Esperé que dijera algo, cualquier cosa, pero fue en vano. Sólo al finalizar la reunión agradeció al Maestro y se despidió... sólo eso.

—Takeo —dijo el Maestro—: ¿cómo está tu sabiduría ahora? ¿Recuerdas que me dijiste que yo era más sabio que tú? ¿Recuerdas que te dije que si afirmabas eso era porque creías que algo de sabiduría creías tener, pues de lo contrario no podrías compararlas?

—Sí, Maestro. Lo recuerdo muy bien —le dije siempre con un tono acorde al momento.

—¿Entonces?

—Maestro... para serte sincero... todavía no he podido construir nada... sólo siento que... lo que creía tener... lo que había construido... todo se ha venido al suelo.

Las Siete CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora