Capítulo 17 - Tercera Parte

45 10 0
                                    

 Cuando estábamos llegando, Hiroshi se apartó de Satou un poco para esperarme, pues yo venía unos cuantos pasos detrás de ellos. Se puso a mi lado para caminar el último trecho y me dijo:

—Takeo... voy a hacer todo lo posible para no hacerte enojar más —y siguió caminando en silencio a mi lado.

Al llegar, quitamos las piedras y las ramas y nos pareció que nada había perturbado nuestro arreglo de protección de la entrada, por lo menos, algo grande. No obstante, les dije que entraría yo primero por cualquier eventualidad. Por fortuna, no había ningún animal adentro, por lo que mis compañeros pudieron entrar seguros.

—Voy a preparar la comida —dijo Hiroshi, y tomando las bolsas con los vegetales y los pescados en sal, así como los cazos, se dispuso a cocinar, mientras Satou y yo, arreglábamos las mantas.

—¡Oh! —dijo Hiroshi y luego algo más que no le entendí.

Cuando tuvimos las mantas dispuestas para sentarnos y cenar, así como las que usaríamos para dormir, levanté la vista y no vi a Hiroshi.

—¿Dónde está el mocoso majadero? —pregunté a Satou.

—¿Eh? —dijo volviéndose, y mirando en toda la cueva, vio que no estaba—. No lo sé, debió haber salido, pero no escuché que avisara.

—Sí, dijo «¡Oh!» y luego algo más, pero no le entendí ni le presté atención.

Satou, mirando detenidamente entre las cosas, vio que faltaba una de las bolsas de cuero que teníamos a modo de botellas.

—Aquí está mojado. Probablemente se volcó el agua. Y falta una botella, Takeo; seguro fue a llenarla —me dijo.

—¿A llenarla? ¿A dónde?

—¿Qué? ¿Hiroshi no sabe dónde hay agua?

—No lo creo. Nunca tuvimos la necesidad de reponerla aquí. Siempre traíamos la suficiente: Si nos hacía falta, era al final y por eso lo hacíamos en alguno de los arroyos que hay ladera abajo, cuando nos íbamos.

—Takeo... ¿ese niño no se nos perderá de nuevo?

—No seas sobreprotector, Satou. Ya tuvo bastante con la vez que se perdió durante dos días con sus noches. Todavía está claro y no debe haber ido muy lejos. Además, si tuviera alguna duda, le iría a preguntar al Maestro dónde conseguirla.

—Es cierto. Bueno... mientras tanto, voy a encender el fuego.

Mientras Satou encendía la fogata, yo salí de la cueva para esperar a Hiroshi y si era posible, ver por dónde andaba buscando el agua. Sin embargo, no lo veía. El tiempo pasaba y Satou salió también.

—¿Nada, Takeo?

—No. No lo veo.

—¿Estás seguro de que no se meterá en problemas?

—Tratándose de Hiroshi, Satou, uno nunca estará seguro de eso.

—Me parece como que hace mucho rato que se fue.

—Y ya está oscureciendo... ¡Rayos! Tendré que ir a buscarlo antes de que la oscuridad sea peor.

—¡Hiroshi! —gritó Satou para llamarlo; pero no hubo respuesta.

—¡Rayos, rayos y más rayos! ¿Por qué me hace estas cosas? —dije ya de mal humor.

—Takeo... ya aparecerá, no te preocupes; y cuando llegue, no lo regañes, por favor. No lo trates como si fuera un niño pequeño o el hermanito menor que con sus travesuras molesta a su hermano adolescente. Demuéstrale que te preocupaste, sí, pero que tu preocupación es porque lo quieres. Demuéstrale que te es valioso, no una molestia.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now