Capítulo 25 - Tercera Parte

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 —Maestro... —dijo Hiroshi—. Los chicos tenían que tomar una decisión, ¿no es cierto?

—Así parece, Hiroshi.

—Si elegían seguir con la expedición, descartaban volver con sus familias y eso podría significar cosas muy dolorosas, tales como que la mamá de Kota hubiera muerto y él no estuvo allí para auxiliarla, o que, aunque no hubiera fallecido, ahora tuviera que vivir a la intemperie con esa tormenta espantosa que había. Y por otra parte, si volvían, quizás podían perder el favor de los Custodios e incluso el del mismo Aosora y aunque el mundo finalmente comenzara su camino de elevación, ellos ya no fueran parte de ese logro.

—Bien planteado, Hiroshi —le dijo Satou.

—Si tú estuvieras en su lugar —dijo el Maestro—, ¿qué te preguntarías?

—¿Preguntarme? ¿No sería más bien, qué decidiría?

—Pero para decidir y elegir una de las alternativas que dijiste, alguna razón debes tener, ¿no es cierto?

—¡Oh! Te refieres a la razón fundamental de la decisión, tal como en los casos del martillo y la calabaza... cierto. Tendría que preguntarme por esa razón fundamental. Entonces... me podría preguntar... —decía Hiroshi con pausas mientras ponía en orden sus pensamientos— ...¿Qué es más conveniente? ¿Qué es lo mejor? ¿Qué es lo más útil?

—Pero esas preguntas siguen sin ahondar en lo fundamental, Hiroshi —le dije—, pues, ¿con base en qué determinarías la conveniencia o la utilidad? O peor aún ¿cómo determinarías lo «mejor», cuando éste es un concepto relativo?

—Cierto, Takeo... debería dar un paso atrás...

—Maestro —dijo Satou—, ¿acaso lo que busca Hiroshi y lo que dice Takeo, se relaciona con lo que tú planteaste sobre ese algo que tienen en común todas las decisiones?

—¡Satou! Eres brillante... tal como Yoshio —le dijo Hiroshi—. Por supuesto que sí. Y aunque todavía no llegamos a ninguna conclusión válida sobre esa razón fundamental que es común a todas las decisiones, tu comentario es... ¡Brillante!

—Gracias, Hiroshi —dijo Satou—; tus palabras son muy amables pero no las merezco.

—Claro que las mereces y más. Debería darte un premio... pero no tengo nada que darte —dijo Hiroshi con tono de decepción en esas últimas palabras.

—Sí tienes, Hiroshi, y no te hagas el tonto... pues no hay nada peor que un tonto mañoso que se hace pasar por humilde —le dije—. Si cuando eres necio y majadero dan ganas de nalguearte, cuando te haces la mosca muerta... dan ganas de matarte... de a poco y lentamente.

—Takeo... ya van las groserías de nuevo —dijo Satou—. ¿Qué? ¿Ahora tienes envidia de que Hiroshi me felicite y quiera premiarme? ¿O te estás poniendo celoso?

—¡¿Celoso yo?! ¡Ja! No me hagas reír, Satou. ¿Cuántas veces te he pedido... rogado... que me saques a esta sanguijuela de encima? ¿No fui yo quien te invitó a venir con nosotros para ver si acaso se fija en ti y me deja a mí en paz? ¿Quién más que yo quiere que el mocoso se vaya con sus necedades y majaderías a otra parte? ¿Eh? ¡Dime! ¡Celoso yo...! ¡Habrase visto semejante disparate!

—Takeo... —me dijo Satou señalándome con su cabeza a Hiroshi.

El chico me miraba con los ojos llenos de lágrimas y la boca abierta. En ese momento me di cuenta de que había hablado como si ni él ni el Maestro hubieran estado presentes.

—Perdona, Maestro —dijo el chico y se levantó y se fue.

—Síguelo, Satou. Porque el tonto se va a volver a perder y será peor —le dije bien molesto.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now