Capítulo 14 - Segunda Parte

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 La cueva a la que se refería el Maestro, quedaba como unos doscientos o trescientos metros de distancia, bajando por un pequeño sendero lateral que no habíamos visto en nuestras visitas anteriores. Era realmente cómoda, el suelo era liso y arenoso, muy plano y tenía el tamaño un poco más grande que mi propia habitación, aunque su techo, si así se le puede llamar a lo que haría sus veces en una cueva, era bastante más alto. Parecía no solo cómoda sino segura, ya que la entrada, como había dicho el Maestro, era pequeña y había que entrar a gatas.

Para no hacer dos fuegos, Hiroshi se puso a cocinar en el que prendimos en el interior, aunque luego tendríamos que dormir perfumados por el arroz hervido.

Supusimos que el sol ya se estaba poniendo, aunque estaba muy oscuro por las espesas nubes que amenazaban nieve; sin embargo, no comenzó a nevar sino hasta cuando ya casi nos disponíamos a dormir, y tampoco en mucha cantidad. Eso, al principio me preocupó, pues pensé que la entrada, al ser tan baja y pequeña, pudiera quedar obstruida si nevaba lo suficiente.

Luego de encender el fuego y mientras Hiroshi cocinaba, Satou y yo desempacamos las mantas y abrigos y los dispusimos en el suelo, listos para que cuando quisiéramos dormir, no pasáramos trabajo. Pensando en la majadería de Hiroshi sobre ese asunto, yo dispuse mis mantas en uno de los rincones dejando espacio para que Hiroshi se acomodara donde quisiera pero lejos de mí. De todas formas, no había dado señales de preocupación por eso; supongo que lo tranquilizaba la presencia de Satou. Cuando pensé en eso, también pensé en que su majadería pudiera no ser tanto por estar conmigo, como por estar a solas.

—Hiroshi, ¿quieres que desempaque por ti? —le preguntó Satou.

—No es necesario, yo lo haré luego de arreglar todo cuando terminemos de comer, Satou. De todas formas, gracias —le contestó.

—Yo ya arreglé lo mío, así que nada me cuesta. Solo dime dónde quieres que acomode tus mantas.

—Bueno, si insistes. Hazlo donde te parezca mejor —le dijo mientras ponía el arroz en el cazo cuya agua ya estaba hirviendo.

La distribución, tomando en cuenta lo usual en cuanto a espacios vitales se refiere, dictaba que debería hacerse en triángulo, ya que éramos tres; pero como en un costado estaba el fuego, debería de ser como en los vértices de un cuadrado, o sea, manteniendo más o menos la misma distancia entre nosotros y que además, fuera la más larga posible. Sin embargo, Satou acomodó el sitio de Hiroshi, sospechosamente cercano al suyo. Al ver eso, yo ya no sabía si alegrarme por cómo iba marchando mi plan. Ahora no estaba tan seguro. ¿Sería capaz Satou de tomar la virginidad de Hiroshi frente a mí? ¿Tendré que hacerme el dormido y fingir que no escucho nada? ¿Y si Hiroshi no quisiera y Satou, ardiente y descontrolado por la lujuria lo quisiera violar? ¿Debería defenderlo o dejar que las cosas sigan su curso? Porque quizás, Hiroshi se opusiera al principio, pero luego quedara encantado por haber descubierto que «eso» era todo lo que necesitaba y estaba esperando... y otra vez me encontré pensando en esas cuestiones que me parecía que se me estaban haciendo obsesivas. Por lo pronto, decidí que si Satou quisiera violarlo, lo defendería... por una cuestión de simple respeto... pero no creía que Satou fuera capaz de algo así... claro que cuando la naturaleza llama... ¿qué digo? grita desesperadamente, poco es lo que el pobre muchacho podría hacer para controlarse. Por las dudas, mientras acomodaba mis cosas, junté una piedra que consideré suficientemente grande y la dejé al alcance de mi mano.

Con todo arreglado y mientras comíamos, comencé con el repaso. Habíamos quedado en que los cuatro expedicionarios habían llegado al pueblo natal de Satori para investigar si allí pudiera haber otra campana, pues en la laguna local también había flores de esas que consideraban extraordinarias. Hiroshi hizo el paréntesis para indicar que, a todo esto, no sabíamos qué clases de flores eran, en lo que todos estuvimos de acuerdo. En el repaso de esa parte, obvié todo el asunto de los celos con las chicas que habían aparecido y que pretendían a Satori y Masaru, y para mi sorpresa, Hiroshi no dijo una palabra sobre tal omisión. Sin embargo, me pareció importante dar todavía un paso atrás, pues habían quedado unos puntos pendientes de cuando todavía estaban en el campamento en lo alto del monte Midori, especialmente el posible significado de la inscripción en la piedra y sobre todo, algo que a mí, particularmente, me había dejado más que intrigado: cuando el Maestro dijo, como al pasar, que Masaru y Kazuya estaban «siendo observados» mientras investigaban en la explanada. Dado que estaban solos (aunque también el dios andaba por allí revoloteando), eso para mí debía ser importante. Hiroshi estuvo de acuerdo al hacernos recordar que simultáneamente, el dios sintió algo extraño que intuyó como de peligro, tanto que él mismo fue hasta la explanada para ver de qué se podría tratar. Así que acordamos mencionarle eso al Maestro para que nos lo explicara. Para mi sorpresa, y repasando el asunto de la inscripción en la piedra, Hiroshi recitó de memoria lo que tenía escrito, y no como Masaru, a quien Satori tuvo que repetírselo varias veces, sino con solo haberlo oído una vez de boca del Maestro. Sobre este punto, concluimos que sería divertido que nosotros mismos fuéramos intentando desenrollar las pistas junto con Satori y Masaru, y no solo esperar pasivamente lo que el Maestro nos fuera contando. Para esa altura de la historia, nosotros sabíamos tanto como los expedicionarios, ni más, ni menos.

Las Siete CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora