Capítulo 5 - Primera Parte

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 A la mañana siguiente —continuó el Maestro su relato—, Keisuke y Satori volvieron a la orilla de la laguna a donde estaba todavía la cosa y la encontraron tal cual la habían dejado el día anterior. Alrededor de ella, pero a una distancia prudencial, había varias personas observándola, pero nadie se atrevía a acercársele.

—Ven, Keisuke —le dijo Satori—, que anoche estuve pensando y luego de darle muchas vueltas, creo saber lo que esta cosa es.

—¿De verdad, Satori? —preguntó el muchacho.

—Sí, pero puedo estar equivocado.

—¿Y qué crees que es?

—Ya lo veremos, Keisuke... ya lo veremos.

Satori se acercó a ella como para estudiarla mejor y Keisuke lo seguía de cerca, pero siempre manteniendo distancia de la cosa. Satori volvió a leer las inscripciones y mientras lo hacía, podía verse que sonreía como quien tiene la seguridad de haber resuelto un enigma. Volvió junto a Keisuke y le dijo:

—Ven, querido Keisuke; volvamos al pueblo y convoquemos de nuevo a los hombres.

Ya en el pueblo, (que dicho sea de paso, estaba de la laguna como a unos diez minutos a pie) Satori volvió a subirse al borde del pozo de agua y comenzó a llamar a gritos a la gente que de a poco se fue reuniendo.

—¿Y ahora qué quieres? —preguntó un hombre con mal talante y peor tono—. ¿No te alcanzó con dejarnos en blanco por ese asunto de lo que la cosa tiene escrito?

Satori, entonces preguntó:

—Pero díganme: ¿esa cosa es algo digno de admirar, sí o no?

El murmullo general y los gestos de asentimiento mostraban que estaban de acuerdo en que era admirable.

—¿Y no creen que cuando se esparza el rumor vendrá gente de lejos a admirarla? —continuó Satori.

De nuevo el murmullo asertivo.

— ¿Y no habíamos pensado que eso sería causa de prosperidad para el pueblo?

El murmullo ya se había transformado en un sonido más fuerte provocado por las conversaciones en voz alta.

—Y si yo les dijera que creo haber descubierto qué es y para qué sirve, ¿qué dirían? —preguntó Satori con el rostro iluminado por la satisfacción.

—¡Que eres un audaz que habla mucho y ha estado bebiendo de más! —dijo otro hombre y muchos a su alrededor rieron festejando la ocurrencia.

En ese momento Keisuke pensó que debería intervenir para hablar a favor de Satori, pero consideró que, como el día anterior lo tacharon de loco y de lunático que ve visiones, en lugar de apoyarlo iba a ser probable que su intervención más bien quitara credibilidad a las palabras de Satori.

—¡Un momento, un momento! —gritó como pudo el mismo anciano que ya antes había insistido en la cuestión de las escrituras—. Este joven descubrió la cosa y nos convocó para hacerla pública. También nos leyó lo que estaba escrito y con toda humildad reconoció no entender el significado y nosotros, por ignorantes, solo pudimos ayudarlo con nuestra fuerza bruta. En lo que a mí respecta —continuó el anciano—, a pesar de su juventud, se ha ganado mi respeto. Les pido a todos que guardemos silencio y escuchemos lo que este joven tiene para decirnos.

El murmullo general se calmó.

—Entonces —dijo Satori—, ¿por qué no ponemos esa cosa en condiciones apropiadas para que todo el mundo pueda venir a apreciarla y así ocupen nuestras posadas, y coman en nuestras tabernas y... en resumidas cuentas, nos dejen su dinero? —preguntó Satori pensando que ese sería el golpe de gracia.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now