Capítulo 9 - Segunda Parte

79 13 10
                                    

 El ascenso no se les estaba presentando tan difícil como habían imaginado y no parecía que fuera necesario hacer uso de las sogas que por precaución llevaban. Encontraron un espacio lo suficientemente cómodo, que se parecía a un sendero, que comenzaron a seguir rumbo a la cima.

—Satori... —dijo Keisuke.

—¿Qué quieres?

—Mira.

Satori, devolviéndose unos cuantos pasos, se acercó a donde Keisuke se había detenido. Masaru lo siguió y tras él, Kazuya. Keisuke miraba el suelo donde estaba parado y le señaló exactamente el sitio. Satori se agachó y pudo ver lo que Keisuke le había señalado.

—Parecen piedras planas —dijo Satori—. Masaru, toma unos palos y ayúdame a escarbar.

Tanto Masaru como Kazuya comenzaron a remover la tierra y la hierba que cubrían el sitio y poco a poco aparecieron unas piedras planas que parecían haber sido puestas y ordenadas a propósito.

—¡Una calzada! —dijo Masaru—. Sin duda es una calzada que lleva hacia arriba.

—Si arriba no hubiera nada, Satori, ¿por qué alguien se molestaría en construir una calzada así? —preguntó Keisuke.

—No seas tan tonto, Keisuke —dijo Kazuya—. Tú mismo te estás contestando. Arriba debe haber algo que es hacia donde este camino conduce.

—No me trates de tonto, Kazuya.

—¡Uy! Hubiera sido mejor haber traído a mi hermana pequeña que a Keisuke —dijo el otro joven, riéndose.

—No seas tan rudo con Keisuke, Kazuya. No todos tienen que ser como tú, tan brillantes en inteligencia, refulgentes en valor e impresionantes en fuerza —le dijo Masaru con toda ironía.

—No te burles de mí, Masaru. ¿O acaso prefieres a un tonto debilucho como Keisuke?

—¿Y qué tienen que ver mis preferencias con el asunto de la calzada? —preguntó Masaru.

—Señores —dijo Satori también riendo—, dejen esa discusión para después porque es más importante el asunto de este camino de piedras. De todas formas, Kazuya, no tienes por qué preocuparte porque Keisuke no está disponible.

Continuaron subiendo por el sendero y escarbando con los palos, cada tanto, se aseguraban de que las piedras siguieran bajo sus pies. Satori y Keisuke iban caminando juntos como a quince o veinte pasos más adelante que Masaru y Kazuya.

—Satori —se atrevió a preguntar Keisuke—, ¿qué significa eso de que no estoy disponible?

—¿Me lo preguntas en serio, Keisuke?

—Sí, claro.

—Bueno, habrá que aclararlo, entonces. Solo dije que no estás disponible para nadie más que para mí —le dijo y le volvió a dar la famosa palmada en el trasero.

—¿Viste? ¿Viste eso, Masaru? —preguntó Kazuya colgándosele de un brazo.

—¿La palmada en el trasero?

—Sí, exacto.

—Sí, Kazuya, la vi. ¿Y qué?

—Es que se comportan como si fueran novios, Masaru.

—¿Y eso te molesta?

—No... bueno... sí... un poco.

—¿Por qué? ¿Acaso sientes envidia de Keisuke? Porque puedo decirle a Satori que te dé palmadas a ti también. No creo que a Satori le disguste tener dos novios —le dijo—. Sobre todo si son tan lindos como Keisuke y como tú.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now