Capítulo 22- Tercera Parte

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 Invisibles, se dispusieron a esperar ingrávidos sobre uno de los lados, el opuesto al sendero por donde los chicos llegarían. Minutos después, llegaron. Traían pino y flores para renovar los materiales y el rito comenzó de nuevo. Se acomodaron en círculo, se arrodillaron y sentaron sobre sus talones juntando las palmas de sus manos. Satori, de nuevo comenzó a orar. Casi al instante, volvieron también los siete lobos, esta vez sin flores y se dispusieron de la misma forma que en la mañana. Finalizada la oración, los chicos comenzaron a cantar.

—Hermano —dijo el Primogénito—. Aquí los tienes. Escúchalos porque cantan para ti y por ti. ¿Puedes leer sus corazones? Entonces puedes entender por qué nuestro Padre me envió. ¿Cómo negarse a la petición de un devoto que con fe sincera y sin prejuicios solicita que su dios se haga más poderoso y sabio?

—Puedo leer los corazones de todos, hermano, menos el de Satori.

—¿No puedes leer el de él? Qué interesante...

—¿Tú sí puedes?

—Sí, hermano; sí puedo.

—Pero... ¿por qué yo no?

—Eso es parte de lo que está sucediendo y ya llegará el momento en que también tengas esa respuesta... pero ahora escúchalos... permite que su canto llegue hasta tu propio corazón... vibra con ellos, hermano... siente lo que ellos están sintiendo.

Ambas deidades guardaron silencio mientras los sonidos místicos del Mantra de la Compasión iban inundando la explanada, subían hasta los cielos así como se derramaban ladera abajo hasta los valles que rodeaban el monte Midori. Aosora comenzó a sentir en su corazón una tibieza reconfortante, una sensación de familiaridad con los chicos, en realidad, algo que nunca antes había sentido.

—Hermano —dijo Aosora— no puedo identificar lo que estoy sintiendo... no tengo ninguna referencia de alguna experiencia anterior... ¿podrías decirme qué es?

El Primogénito sonrió y le dijo:

—Es la Compasión, hermano querido. Ya habías aprendido sobre ella, la conoces... pero no habías conocido su Verdadero Valor... su Verdadera Naturaleza... Eso no se aprende con discursos ni libros... eso no se puede enseñar ni por los más grandes Maestros del Universo... te lo pueden explicar, sí, tal como lo han hecho conmigo y contigo... pero no serás capaz de aprehender lo que la Compasión es hasta que ella misma haga florecer su Verdadera Naturaleza en tu corazón. Sólo en ese momento sabrás el Valor de la Compasión. Deja que ella te llene, te inunde, se incorpore a ti mediante el canto de estos chicos.

Los dioses volvieron a guardar silencio. De pronto, de los divinos ojos de Aosora comenzaron a bajar lágrimas, pero no eran de dolor. En ese preciso instante, los lobos que estaban echados cada uno detrás de cada chico, se incorporaron y se sentaron. Cuando Satori vio el cambio de posición de los animales creyó que ya se irían y era el momento de detener el canto, pero al ver que no se fueron sino que se sentaron, continuaron cantando.

—Hermano menor —dijo el Primogénito—, nuestro Padre te ordenó no materializarte ni hacerte visible a los ojos humanos, salvo que no hubiera otra opción.

—Es cierto y lo he cumplido cabalmente, según mi entender.

—Lo sé. Este es un caso de esos. Estos chicos piden por ti y deben saber que su oración ha sido escuchada, así que hazte visible, por favor.

Aosora bajó hasta el frente de la pila de piedras y apareció.

—¡Divino Aosora! —dijo Satori e hizo la reverencia inclinándose hasta que su frente tocó el suelo.

—Satori, Yoshio, Masaru, Kota, Kazuya, Naoki... —dijo el dios—. Mi corazón está conmovido y gracias a su canto, he recuperado algo que no sabía que había perdido: la fe en mí mismo.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now