Capítulo 8 - Segunda Parte

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 Mi madre, a regañadientes, me explicó todo el asunto de la infusión, los paños fríos en la frente o calientes en la panza, según sea el caso, el tamaño de las porciones de comida que debía suministrarle y el tiempo que debía dejar entre una y otra... en fin, lo que se suponía que debía de hacer.

—No debes dejar que coma ni apurado ni en grandes bocados, Takeo, debe ser tal como te dije.

—Sí, madre; ya entendí.

Mientras, Hiroshi miraba esa escena entre madre e hijo que más que una enseñanza era como una discusión política de esas que algunas veces se armaban en el pueblo cuando había que decidir sobre algún punto del bien común. A pesar de su estado, sonreía. Me alegró verlo sonreír. Me hizo sentir mejor.

—¡Ah! Me olvidaba —dijo mi madre—. Recuerda que tan pronto se pueda, debes bañarlo. Eso no solo le quitará la tierra y el polvo que trae encima sino que lo hará sentir mejor. Y cuando lo bañes, ambos piensen y oren para que con el agua se laven también los malos recuerdos. Deben pedirle al agua que se los lleve lejos.

—Sí, madre, lo bañaré con todo cuidado y haremos como tú dices. Oraremos palabra por palabra para que el agua haga su labor.

—Eh... Takeo... no me parece buena idea que tú me bañes... yo lo puedo hacer por mis propios medios.

—¡De ninguna manera! —bramó mi madre—. No solo todavía estás débil, Hiroshi, sino que si no lo hacen juntos, el agua no podrá llevarse los malos recuerdos, pues no eres el único que los tiene, Hiroshi.

—Pero...

—Pero nada —insistió mi madre.

—No te preocupes, Hiroshi. ¿Acaso sería la primera vez que nos bañamos juntos?

—No, Takeo, eso ya lo sé... pero ahora es distinto.

—¿Qué tendría de diferente?

—Eh... ya no somos niños pequeños, Takeo.

—No seas molesto, Hiroshi. Hace poco nos hemos bañado juntos en el río con los otros jóvenes, varias veces, y nunca te has quejado.

—Pero eso es distinto, Takeo...

—¡Bah! No veo qué tendría eso de distinto. Sí que te pones majadero, Hiroshi. Se hará como dijo mi madre y no hay nada más que discutir.

—Pero Takeo...

—No insistas porque no te escucharé.

—Así me gusta —dijo mi madre y recogió el cuenco vacío de la infusión y volvió para la cocina.

Cuando quedamos solos, Hiroshi insistió.

—Takeo... no me bañes, por favor.

—¿Qué? ¿Acaso te quieres quedar sucio?

—No es eso, tú lo sabes.

—Entonces, ¿qué es, Hiroshi?

—Nada, solo que no quiero. Yo puedo hacerlo solo y tú te bañas por aparte para lavar tus malos recuerdos.

Hiroshi estaba volviendo a ser el de siempre, incluso con esas actitudes que yo no podía entenderle. No veía por qué se negaba al asunto del baño ritual, y no era una simple negativa, era de esas que, aunque yo amenazara con matarlo, no me la iba a conceder.

Respiré profundo, pensé cuidadosamente mis palabras y al fin le dije:

—Hiroshi... de un tiempo a esta parte... yo sé que no te he tratado bien...

—No digas eso, Takeo porque no es cierto. Tú solo...

—No me interrumpas, por favor —le pedí—. He estado pensando en eso mucho y creo que lo he hecho porque no te entiendo como antes. Antes... creía saber qué pensabas... ahora no. Me siento como el dios Aosora cuando se frustró por no poder leer el corazón de Keisuke... (en ese momento cerré los ojos y apreté mis cejas y dientes porque me arrepentí de haber traído a colación esa parte de la historia que nos estaba contando el Maestro, pero nada se podía hacer, ya lo había dicho.) Verás... no creo que sea un problema tuyo, sino mío... soy yo quien ha perdido la capacidad de comprenderte... y no quiero seguir hablando en abstracto porque no sé a dónde me puede eso llevar. Así que te pido que no me dejes sin entender, por ejemplo, esta negativa tuya a que yo te bañe como dijo mi madre. No la entiendo y no quiero quedarme especulando... Por favor, explícame, con toda sinceridad y claridad... por qué. ¿Acaso es... porque... no quieres que te toque? ¿No quieres que estemos juntos... y solos... desnudos? (Aventuré como para darle confianza, basado en lo que había dicho cuando estaba delirando.)

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now