Capítulo 7

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 Hiroshi no me escuchó y yo permanecí escondido en los arbustos y amparado a la oscuridad.

«Le dije que se quedara a dormir allí, con el ermitaño y que no se aventurara a venir solo por el bosque en la noche», pensé. «¿Por qué no me hizo caso?»

—Tengo que ser valiente —pude oír que dijo Hiroshi en voz baja, supongo que para darse valor.

Yo casi no lo veía pues ya había avanzado unos cuantos pasos cuando la nube terminó su lento paso frente a la luna.

—Takeo dice que me perderé en el bosque... pero tengo que demostrarle que soy capaz de llegar a mi casa por mí mismo —seguía diciéndose.

A la tenue luz de la luna, pude ver que caminaba con prudencia y cargaba el saco vacío que había llevado con la comida y el plato de madera. Cuando se había alejado unos cuantos metros, decidí salir del matorral, pero al hacerlo, no pude evitar que las pequeñas ramas hicieran ruido. Hiroshi lo escuchó y quedó petrificado.

—No tienes que tener miedo, Hiroshi —se dijo a sí mismo—. Debe ser algún pequeño animal nocturno... no es una fiera ni nada parecido... pero... ya no distingo a Takeo... ¿por dónde habrá ido?

—¡Ah! —me dije— Me estaba siguiendo. Ahora voy a seguirlo yo y veré qué hace, pues parece que creyó que al seguirme no podría perderse. Está haciendo trampa el muy pícaro. No iba a salir del bosque por sí mismo, sino guiado por mí aunque yo no lo supiera... ¡Y luego diría que lo hizo por sí mismo! ¡Ah! ¡Tramposo!

—No lo veo —seguía diciéndose—. Seguramente habrá girado en algún punto antes y yo no me di cuenta... si eso fue así, entonces ya voy por mal camino.

Pero no iba por mal camino, solo que él no lo sabía.

«Ahora no sabes por dónde ir, ¿verdad, hombre valiente y tramposo? Veremos cómo sales de ésta», pensé.

Pero Hiroshi se acuclilló y tomó sus rodillas entre sus brazos. Miraba aprensivamente para todos lados. Cuando vio una roca que había a un lado del camino, caminó hacia ella y se acuclilló de nuevo a su lado. Escondió su rostro entre sus rodillas y comenzó a llorar.

—¡Ah! Ahora te pones a llorar como siempre, ¿no es cierto? —me dije.

—Takeo... ¿dónde estás? —seguía diciendo en voz baja y entre sollozos.

—Claro... ahora me llamas, ¿verdad? Ahora pides por tu Takeo, ¿verdad? Ahora te das cuenta de que me necesitas, ¿verdad?

—Es inútil. No sé cómo salir del bosque y llegar a casa. Takeo tiene razón... como siempre. Será mejor que me quede aquí hasta que amanezca. Quizás con la luz del día encuentre el camino al valle —continuaba diciéndose.

Y con el rostro oculto entre sus rodillas, siguió sollozando hasta que cambió de posición por una más cómoda y al final, vencido por el cansancio y el sueño, se durmió acurrucado contra la piedra que, según él, lo protegería.

Estando seguro de que dormía, yo seguí mi viaje y al fin llegué a casa, me acosté y también me dormí, pensando que Hiroshi continuaría el camino al amanecer y por lo tanto llegaría a su choza como a media mañana. Por pensar en eso me había olvidado de que me había propuesto pensar en la moraleja de la historia.

Para el mediodía, mi madre había enviado a mi prima con unos pescados en sal para dárselos a Hiroshi, pues cada vez que llegaba pescado a la tienda del pueblo, ella siempre compraba de más para compartirlos con él.

—Tía, Hiroshi no está —dijo mi prima.

—Está bien, luego se los llevas —dijo mi madre.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now