Capítulo 16 - Primera Parte

67 13 50
                                    

 Cuando el hombre se desvaneció —continuó el anciano con el relato y cortando por lo sano para no dejar que la discusión con respecto a Hiroshi siguiera su curso—, Keisuke volvió a quedar como sin fuerzas y no se desplomó en el suelo mojado porque Satori lo tenía abrazado y tomado por la cintura. Los muchachos se apresuraron a ayudar a Satori para volver a poner a Keisuke en su regazo y que no se mojara.

—¿Y eso? ¿Qué fue? —preguntó Masaru a Kota— ¿Ese es tu amigo, el hombre de la montaña?

—Eh... no lo sé... podría decir que sí... se parecen mucho... pero mi amigo es un hombre normal, alto sí, pero no como éste... aunque su rostro, era el mismo... yo pensaba que era raro... pero esto de desvanecerse en el aire... me ha desconcertado tanto como a ustedes.

—Tu amigo no es de este mundo, Kota —dijo Kazuya—. Yo no conozco mucho de eso, pero no parecía un Dragón, ni un Garuda, ni un demonio... lo único que se me ocurre es que debe ser un dios.

—¿Un dios? —preguntó Kota quien no podía salir de su asombro.

—Eso explicaría también el asunto de los pescados de mar, Kota. Sólo un dios podría traerlos de tan lejos en un instante y dártelos —agregó Masaru.

—Cierto. Pero... ¿por qué querría hacer amistad conmigo y darme regalos? ¿Por qué asumir apariencia de simple hombre mortal?

—¿Nunca te ha pedido nada a cambio? —preguntó Satori.

—No, nunca. No nos encontrábamos muy seguido, pero cuando aparecía, salíamos a cazar alguna liebre o algo así, y nos sentábamos a conversar... no hablaba mucho, pero como les dije, lo poco que le oí me decía que era una persona educada... ¡Claro! Y eso también explica por qué nunca había encontrado su choza... no tiene una porque no la necesita.

—Entonces ¿dices que cuando te pidió que trajeras a Keisuke, esa fue la primera vez que te pidió algo? —siguió preguntando Satori.

—Sí. Nunca me había pedido nada antes... para serte sincero, pensé que el tipo querría algo de compañía... y Keisuke es un chico muy lindo... de hecho en el pueblo no hay ninguno que siquiera se le parezca... además, al no ser del pueblo, nadie notaría su ausencia... y en cuanto a ser un chico... no sé... pensé que quizás prefiera los muchachos... o no quisiera llevarse una de las chicas porque tal vez no quisiera complicarse la vida con hijos... no sé... realmente no le di muchas vueltas al asunto.

—De veras que todo esto es muy extraño —dijo Masaru.

—Satori... como ves... no me traje a Keisuke para hacerte daño... ni siquiera sabía que... era tu chico... —estaba diciendo Kota cuando Satori le dijo.

—Lo entiendo, Kota, pero... entonces... ¿Mizuki no tuvo nada que ver en todo esto?

—Para nada. Yo nunca le dije una palabra sobre esto. Ella sólo nos debe haber visto partir. Yo me traje a Keisuke porque el hombre de la montaña me lo pidió. Mizuki no está al tanto de nada.

—Está bien —dijo Kazuya—. Ella no habrá organizado este secuestro, pero eso no significa que no sea una culebra ponzoñosa, artera y perversa. No estará demás que nos cuidemos de ella en lo sucesivo... y eso también incluye a Mei-Mei... ¿te quedó claro, Masaru?

—Sí, sí, Kazuya. No te preocupes.

Mientras conversaban sobre todo esto, repentinamente la lluvia paró. Había llovido desde la madrugada y ahora era como pasado el mediodía; y aunque todo el mundo podría esperar que la lluvia torrencial se extendiera por dos o tres días más, de pronto cesó. El cielo seguía encapotado, de aspecto amenazante, pero tampoco había truenos ni rayería.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now