Capítulo 30 - Tercera Parte

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 —Yoshio, Masaru, Kota, Kazuya, Naoki —llamó el dios a cada uno—. ¿Siempre están dispuestos a ayudarme a elevar este mundo?

—Sí —dijeron los chicos.

—¿No importa que esa tarea les cueste la vida?

—Lo haremos igual —dijeron con determinación.

—¿Lo prometen solemnemente ante los dioses?

—Lo prometemos y juramos —dijeron.

—¿Juran reconstruir este templo y restituirle sus campanas?

—¿Eh? —dijo Yoshio—. ¡Divinidad! ¿Cómo podremos comprometernos a eso si no sabemos cómo era este Templo ni dónde están las campanas que faltan?

—Además —dijo Kota—, aunque las encontremos, ¿cómo podríamos hacer para traerlas hasta aquí arriba y ponerlas en su lugar, sin contar que tampoco sabemos cuál es el lugar de cada una?

—¡Divino Aosora! —dijo Masaru— Mis hermanos llevan razón, pero debes saber que sus palabras no significan que cuestionan su fidelidad ni su compromiso... Esa es su manera de preguntarte qué deben hacer y cómo hacerlo. No se oponen a lo que prometimos y juramos, sólo queremos saber cómo hacerlo bien. Tú puedes leer nuestros corazones y bien sabes que así es.

—Lo sé —dijo Aosora—. Por eso es que deben jurarlo solemnemente. Deben jurar que, no importa qué dificultades todavía haya que superar, lo harán.

—Por mi parte —dijo Naoki—, aunque soy el menos útil en todo esto y quizás el más tonto... ¡lo juro! Aosora: Juro solemnemente hacer todo lo que esté a mi alcance para reconstruir este Templo y restituir las campanas a su debido sitio... Aunque no lo logre... haré todo lo posible y si es del caso... habrá alguien que siga mis pasos y complete la misión... Si no puedo ser el constructor... por lo menos seré un ejemplo a seguir. Así me lo enseñó mi madre... eso aprendí del empeño y dedicación de mi hermano... y eso haré.

Las palabras del chico, que era de quien menos podrían haberse esperado, aclaró cualquier duda que tuvieran los demás. Así, uno a uno, juraron y prometieron lo que el dios les pidió.

—No esperaba menos de ustedes —dijo Aosora—. Sabía que podía confiar y que no me decepcionarían.

—Pero... Divinidad... aunque logremos todo eso... ¿qué hay del restablecimiento de la Fe y la veneración a los dioses? ¿Cómo se logrará eso? ¿Quién lo hará? —preguntó Kazuya.

—De eso, Kazuya, se encargarán otros y yo velaré porque se lleve a cabo... y no teman. No sólo yo seguiré junto a ustedes sino que verán todo con sus propios ojos.

En ese momento, apareció también el dios de las Tormentas.

—¡Aosora! —gritó Kazuya señalando al recién llegado— ¡Mira!

—Y ahora, ¿qué? —dijo el dios de las Tormentas—. ¿Los mocosos siguen de necios?

—Sí... siguen de necios —le contestó Aosora.

—¡Vaya! ¡Quién lo diría!

—Ya todos hemos jurado solemnemente —le dijo Kazuya al dios de las Tormentas—. Así que no cantes victoria porque, aunque muramos, incluso nuestra muerte será la prueba de que perdiste... Nuestra propia muerte le dirá al mundo, a la Historia y a todo el Universo que hay humanos que consideran más valiosa la felicidad de los demás que su propia vida... aunque seamos sólo siete... sí, sólo siete... eso demostrará al Cielo Estrellado que no todos los humanos son tan egoístas, violentos, codiciosos y envenenados como este mundo parece ser... Sólo siete, sí... pero eso será más que suficiente.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now