Capítulo 3 - Primera Parte

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 —Maestro... —volví a interrumpir—. Ante la profundidad filosófica de lo que promete esta historia... eh... no veo razón para que deba destacarse asuntos como la belleza del dios o la del joven Keisuke... eh... (y no te vayas a enojar conmigo, por favor) a decir verdad... esos datos me molestan... bueno... un poco... pero...

—¿Consideras que desvían tu atención? —me preguntó el ermitaño.

—Sí, Maestro... pues lo importante es lo que el dios va a hacer para salvar a este mundo... como dijo el dios del Cielo Estrellado al enviarlo, el asunto de la fe, las virtudes, los valores... o... ¿acaso ese punto sobre la belleza tiene algo que ver con los valores?

—¿Y si eso lo descubres por ti mismo a medida que avancemos en esta historia? —me preguntó.

—Tienes razón, Maestro. Perdóname y continúa por favor.

Pues bien —continuó el anciano—. Al despertar a la mañana siguiente, el joven Keisuke recordó lo que había soñado y aunque tuvo la fuerte sensación de que en realidad no había sido un simple sueño, dudó.

Pasaron un par de días y Keisuke, no obstante, veía que no podía sacarse el sueño de su cabeza. Había sido tan real, tan vívido, pero lo más importante: él quería que fuera una realidad.

Durante ese mismo par de días, el joven dios, que decidió llamarse a sí mismo Aosora ante el jovencito, voló para recorrer otros pueblos de los alrededores, encontrándose con más o menos las mismas situaciones que en el pueblo de la laguna. Al tercer día, y mientras observaba una riña entre dos borrachos en las afueras de lo que parecía ser una cantina, al tiempo en que seguía diciéndose a sí mismo que lo que la gente de este mundo sufría no era sino efecto de sus propios actos, escuchó su nuevo nombre. Se detuvo en el aire, apartó los mechones que usualmente caían sobre sus ojos y prestó atención. En efecto, alguien lo estaba llamando y pensó que el único que conocía ese nombre era Keisuke, así que partió velozmente hacia el pueblo de la laguna.

Al llegar, fue atraído por un suave perfume, nada extravagante o exquisito, pero muy agradable. Miró para todos lados y decidió guiarse por su olfato, aunque en ese momento volvió a escuchar su nombre por tercera vez.

Llegó al bosque de los lánguidos árboles de magnolias y vio que en el centro se había levantado un montón de piedras irregulares como para formar una especie de montañita o pirámide, sobre la cual ardían unos carbones que quemaban una resina aromática. Al acercarse, vio a Keisuke solo, sentado sobre sus talones y que se inclinaba de frente a las piedras hasta que su frente tocó el suelo.

—Bienaventurado dios Aosora —dijo el jovencito.

Aosora flotó suavemente hasta quedar suspendido sobre el humo de pino resinoso que emanaba de los carbones.

—Perdona mi ignorancia —continuó diciendo Keisuke— pero no sé cómo invocarte y menos aún, agradarte; pero esto es lo mejor que se me ocurrió.

Aosora lo contemplaba desde baja altura aunque Keisuke no podía verlo.

—Realmente no sé si fue solo un sueño o si realmente existes... pero yo... quiero que existas... quiero que seas real... quiero creer en que todo será distinto a partir de ahora... tal como me dijiste —oraba Keisuke con los ojos llenos de lágrimas.

El joven dios bajó un poco más hasta quedar suspendido casi encima de los carbones ardientes.

—No sé qué hacer, ¡oh, Excelso! No sé cómo debo actuar para lograr que si estás entre nosotros no nos abandones. No sé cómo inclinar tu corazón en nuestra ayuda... quiero creer que tu corazón es tan hermoso como tus verdes ojos y que tu piedad tan pura como tu blanca y tersa piel.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now