Capítulo 6

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 Finalizada la pausa durante la cual comimos y habiendo podido lograr que Hiroshi se sintiera mejor con respecto a mí, el ermitaño continuó con la historia:

A la mañana siguiente, al amanecer, el cuarteto ya se preparaba para partir hacia el monte Midori, al pie del cual calculaban llegar como a media tarde. Habían alistado cuerdas por si enfrentaban alguna difícil escalada, lanzas, arcos y flechas por aquello de los animales salvajes, un saco con comida para varios días, suficiente agua y también algo de abrigo, aunque las temperaturas comenzaban a mejorar. En esa lejana época, el mundo no tenía marcadas las cuatro estaciones como hoy, pues los cielos siempre estaban cubiertos y por eso el sol no lograba calentar como ahora.

Masaru y Satori revisaban que todo estuviera en orden y no faltara nada de lo que habían planeado llevar.

—¿No te mueres de la emoción, Keisuke? —preguntó Kazuya dando pequeños saltos nerviosos.

—No veo por qué, Kazuya. Esto es una expedición seria e incluso peligrosa —contestó con tono algo seco el muchacho.

—Por eso mismo, Keisuke... imagínate todo lo que nos podremos encontrar... las ruinas de un templo majestuoso, las otras campanas, escrituras misteriosas que nos cuenten sobre el pasado y los dioses... incluso algún artefacto mágico que conceda deseos, como la joya esa de la que hablan los...

—No seas niño, Kazuya —le cortó Keisuke la inspiración—. Nada tocaremos. Eso fue lo que dijo Satori y eso mismo vamos a hacer. Ya que estás imaginando tanto, imagínate también que encuentras un artefacto y al abrirlo dejas salir un fantasma que estaba encerrado y de inmediato te devora... o un demonio que capture a Masaru y lo arrebate de tu lado para llevarlo a quién sabe dónde... y...

—No seas tan pesimista, Keisuke, que me vas a aguar la fiesta.

—Por eso mismo, Kazuya; esto no es ninguna fiesta, ¿Es que no lo entiendes? —le dijo Keisuke ya un poco más molesto.

—Bueno... ¡en marcha! —llamó Satori al estar satisfecho con los preparativos.

—¡Uy, Keisuke! Por más aguafiestas que seas, yo sí me muero de la emoción —dijo Kazuya y corrió para ubicarse al lado de Masaru.

—¡Ánimo, muchachos! Cuídense mucho y vuelvan enteros —dijo el abuelo de Masaru al despedirlos.

Así, los cuatro comenzaron la larga caminata hasta el monte Midori. Iban...

—Maestro... ¿Sólo los cuatro? —pregunté.

—Sí, Takeo, solo los cuatro comenzaron la caminata... «la caminata», ¿entiendes? Porque si te preguntas por el dios, él también iba con ellos, pero no «caminaba», como podrás imaginar.

—¡Claro! Perdón Maestro. Supongo que volaba junto a ellos y a su paso —dije apenado.

—Así es, Takeo —Y continuó:

Como decía, los cuatro comenzaron la caminata y el dios los acompañaba. La cuestión de Satori estaba pasando a segundo plano, pues en lo que al dios respecta, el asunto del templo y las campanas le estaba preocupando más. Si las cosas eran como Satori, Masaru y el señor Tagawa habían pensado, ese asunto debería de tenerse en cuenta en la tarea encomendada.

Masaru y Kazuya caminaban adelante, y un poco más atrás, Satori y Keisuke.

—¿Qué piensas de Masaru, Satori? —le preguntó Keisuke.

—Me cae bien... me inspira confianza —contestó.

—¡Oh! Y... ¿de Kazuya?

—Es un jovencito alegre, entusiasta, enérgico... me cae bien, también.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now