Capítulo 23 - Primera Parte

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 Lo que el Maestro acababa de relatar no sólo me pareció muy interesante e importante, sino que me dio la sensación de que nos estábamos acercando (¡al fin!) a la conclusión de la historia. Aunque todavía no podía ver con claridad cómo todo eso nos iba a llevar a aprender sobre la Sabiduría, en ese momento creí captar por lo menos algún hilo que me permitió confiar en que el Maestro, a pesar de mis primeras impresiones, no nos estaba relatando simplemente una historia de amor, sino algo mucho más profundo y trascendente.

Estaba a punto de volver a interrumpirlo no sólo para hacerle las preguntas de rigor, sino para exponerle algunos de mis pensamientos a fin de que hiciera observaciones sobre ellos y pudiera así constatar yo si iba por buen camino o me estaba confundiendo de nuevo, cuando el mismo anciano dijo:

—Muchachos, ¿no tienen hambre?

—¿Hambre? —pregunté.

—Sí. Ya hace buen rato que ha pasado el mediodía y supongo que podemos hacer una pausa para que coman algo —agregó.

—Me parece muy bien, Maestro, por cuanto Takeo debe tener el estómago pegado al espinazo y creo que no ha dicho nada o por estar ensimismado con la historia o por respeto —dijo Hiroshi.

—No supongas cosas sobre mí, Hiroshi —le dije.

—No las supongo, Takeo. Tienes hambre y no lo niegues. Yo traje las frutas que nos quedaban, así como algo de pan y agua, obviamente. Pero les anuncio que ya casi no nos queda comida —agregó el chico.

—¿Ya nos hemos comido todo? —pregunté.

—No, Takeo. Ya no hay comida porque se ha desvanecido en el aire, tal como lo hacían los dioses —contestó el chico con una muestra inusual de sarcasmo.

—¿Qué?

—¡Ay, Takeo! ¡Claro que nos la comimos! ¿Cómo se iba a acabar, si no?

—Eh... sí, entiendo... pero quise decir que... ¿calculamos mal lo que debíamos traer? ¿Trajimos muy poco?

—Entonces deberías haber preguntado eso y no la tonta pregunta que hiciste —me insistió y el tono me empezó a molestar.

—No, Takeo. No creo que calculáramos mal, pues ninguno de nosotros se ha excedido en sus raciones —agregó Satou.

—Entonces habrá que ir a buscar más, pues la historia no sólo no ha terminado sino que me parece está entrando en su parte principal —les dije.

—Maestro, ¿te parecería mal si mañana bajamos al valle a reponer los suministros? —preguntó Satou.

—No, Satou, para nada. Eso tendría también el beneficio de que pudieran ver a sus familias y darles la tranquilidad de que están bien y nada les ha pasado en la montaña —dijo el anciano.

—Cierto —dije—. Aunque mi madre y mi tío no creo que se preocupen, sí pienso en que sería conveniente que Satou viera a su padre. Porque quizás lo necesite en la carpintería.

—Es verdad. Pero mucho me entristecería tener que quedarme y no oír el final de la historia —dijo Satou.

—No debes preocuparte por eso, Satou —dijo el ermitaño—. Ya sabrás tú cómo determinar las prioridades y resolver sabiamente.

—¿Sabiamente? Pero, Maestro... todavía no somos sabios —dije.

—¿Cómo? ¿No dijiste, cuando llegaste la primera vez, que yo era más sabio que tú?

—Sí, Maestro; lo dije. Y tú me corregiste diciendo que yo no era sabio.

—Nunca dije tal cosa, Takeo. Recuerdo que te dije que si tú afirmabas que yo era más sabio que tú, era porque creías que mi sabiduría era mayor o mejor que la tuya; y por consiguiente, si la tuya era menor o peor, era la tuya y por lo tanto, algo de sabiduría decías tener.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now