Capítulo 14 - Primera Parte

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 Tal como nos ordenó el anciano nos separamos y nos sentamos a meditar. Yo veía que Hiroshi todavía seguía llorando, pero también se iba calmando. Satou se sentó en posición de loto (lo que juzgué un poco arrogante), pero a cada momento, miraba a Hiroshi. El chico, por su parte, se enjugaba las lágrimas y cuando paró de sollozar, tomó una ramita y se puso a hacer trazos en el suelo. No podía imaginar yo lo que estaría pasando por la mente de ambos. Hiroshi podría estar pensando en que soy un ingrato, pero... no... eso, no. De seguro estará buscando alguna justificación de mi enojo, basado en algo que él hizo. O quizás, pensaría en como Satou lo consoló y se puso de su parte y en mi contra; y si así fuera, se estará debatiendo entre defenderme de que Satou se forme una mala impresión de mí y al mismo tiempo evitar que Satou se desilusione de él, porque me pareció que estaba empezando a disfrutar de que un chico como Satou lo trate como él quiere. Por su parte, Satou podría estar pensando en que él es mucho mejor partido que yo para ser pareja de Hiroshi. Yo lo trato mal y por lo tanto, él se esforzará por tratarlo lo mejor posible para que el chico vea la diferencia, y cuando tenga que elegir, lo elija a él. Pero eso sería una gran tontería, pues Satou debe tener claro, a estas alturas, que yo no estoy interesado en Hiroshi como pareja. No solo ahora peleamos a cada momento, sino que yo no podría tener «esa» clase de intimidad con un chico... y menos con Hiroshi, a quien siento como mi hermano. Si Hiroshi quiere que lo besen, lo acaricien, lo abracen, le hablen al oído palabras dulces y románticas... si quiere caminar tomados de la mano por la orilla del arroyo, bajo los sauces, remojar sus pies entre las flores de loto, mientras lo miran a los ojos como si él fuera una deidad adorada hasta el éxtasis... y al fin, recostados en el prado, todos esos besos y caricias crecen hasta que el chico de sus amores ya no pueda controlar su pasión desbordada y por eso le quite la ropa para no solo acariciar toda su piel, sino para... pero... ¿qué demonios estoy pensando? ¿De dónde me han salido todas estas imágenes cursis y mojigatas? Si Hiroshi quiere todo eso... que se consiga otro chico, porque por mí, se quedará esperando hasta que este Universo se consuma en el sagrado fuego de Visnú al finalizar su ciclo cósmico. Si piensa que ese chico que remojará con él sus pies entre los lotos soy yo, no podría estar más equivocado. Si quiere acompañarme a talar árboles, trocear leña, arrear el ganado y cosas así, no hay problema, aunque solo se siente a la sombra a mirarme con esos ojos de... liebre colgando del lazo del cazador. Si quiere seguir junto a mí, cocinar mi comida, lavarme la ropa, tener la casa limpia para cuando llegue de las faenas... incluso bañarme para que llegue limpio a sentarme a la mesa... estaría muy bien... pero si piensa que cuando nos vayamos a acostar, yo lo voy a abrazar y decirle que no puedo vivir sin él y ahogarle sus suspiros con mis besos... y al final hacerle... «eso»... no puede estar más equivocado... Y ahí me di cuenta de que me estaba enojando de nuevo... ¡¿cómo podría ese chico esperar eso de mí?! ¿Por qué, hasta en mi imaginación, termina sacándome de las casillas? ¿Cómo es posible que...

—¡Takeo, Hiroshi, Satou! —llamó el Maestro al terminar sus mil ochenta mantras de la Compasión.

—¿Eh? —dije... como siempre. No podía creer que hubiera pasado tanto tiempo.

—¡Vengan ya! —insistió y me preocupé por cuanto, por darle vueltas a todo eso en mi cabeza, ni medité en lo que nos preguntó y menos aún, tenía una respuesta que pudiera parecer medianamente apropiada.

Tanto Hiroshi como Satou se apresuraron a ir. Yo los observé intentando saber por sus expresiones si creían tener alguna respuesta que el Maestro pudiera considerar como correcta, pero no pude captarlo. Por lo menos, Hiroshi ya no lloraba, ni siquiera sollozaba. Al llegar frente al Maestro, ambos coincidieron, pero Satou gentilmente le cedió el paso e incluso esperó a que Hiroshi se sentara primero. Pensé que le iba a ayudar a sentarse por temor a que se golpeara o algo así. Se estaba portando como todo un caballero ante la dama de sus amores... y el chico no parecía oponerse... Me parecía un espectáculo que rayaba en lo patético: Un hombre como Satou, masculino hasta más no pedir... con ese cuerpo que cualquier divinidad envidiaría... con un rostro, unos ojos y una sonrisa, que si las viera Aosora, metería el rabo entre las patas y se iría a esconder al Sexto Cielo... un hombre como él... comportándose así... con un chico... ¡Con un muchacho! ¿Cómo puede ser eso posible? En la historia, no me parecía extraño que Satori fuera más o menos así, pero en la vida real... era como irreal. Claro que el aspecto de Hiroshi, su complexión delicada, su rostro infantil, sus mechones castaños y largos que caían sobre sus ojos... todo apuntaba a que había nacido para tener un hombre a su lado. Y viéndolos a ambos... no era tan chocante... parecían complementarse muy bien... pero...

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now