Capítulo 29 - Tercera Parte

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 Entramos a la casa y mi madre estaba disponiendo la mesa. Comimos y para mi sorpresa mi madre no dijo una palabra sobre Hiroshi, ni sobre el Maestro ni sobre la historia. Preguntó cómo iba el taller de carpintería de Satou y cómo estaba su padre que hacía tiempo que no lo veía. Satou le contó que había salido a atender un trabajo grande que lo alejó del taller por más de dos meses, pero que ya había vuelto y que todo caminaba muy bien. Yo me limitaba a oírlos. Y me sentía tranquilo porque la conversación no se dirigiera a ningún tema escabroso. Mi madre estaba (¡al fin!) aprendiendo discreción... Craso error.

—Y a propósito de que estuviste solo durante la ausencia de tu padre, Satou... ¿no te llama la atención eso de Taiki y Takashi? —preguntó.

(¿«Eso»? Sentí que había caído una bala de cañón en el medio de la mesa y casi escupo la sopa que en ese momento me llevaba a la boca.)

—¿En qué sentido, madre? —preguntó Satou con una expresión equivalente a estar hablando del clima.

—Sí, sí... son encantadores... y son preciosos como dos soles de primavera... sobre todo Takashi... que es tan dulce y tierno... tan cariñoso... Y Taiki... no te enojes, Satou, pero es más lindo que tú... ¡Qué cuerpo! ¡Por todos los dioses! ¡Qué ojos! Yo le comenté a Takeo que si tuviera veinte años menos ese chico no se me hubiera escapado.

Satou se rió.

—No me enojo, madre. Tiene usted razón, ambos son hermosos como pocos y Taiki es así, como usted dice.

—Pero dime si Takashi no es de comérselo... es como un pan de melón... ¿no es de comérselo, Satou?

—Sí, debo reconocer que sí.

—¿Ves, Takeo? Satou no es como tú. Él no tiene problema en apreciar la belleza aunque sea en un chico.

(¡Otra bomba! Ya sabía yo que por algún lado vendría el cañonazo conmigo como blanco.)

—Satou es como es, madre. Yo soy distinto. Si te fijas, Satou es más alto que yo, así que no esperes que seamos iguales —le dije intentando parar los impactos y orando que no fuera a pasar al asunto del sexo entre hermanos.

—Y Taiki... siendo tan guapo... y sano... me imagino que viviendo tan alejado... no sé... ¿cómo hará?

(Como siempre, mis oraciones no sirvieron de nada. Ahora sólo oraba para que Satou no le siguiera la corriente.)

—¿Cómo hará con qué, madre?

(¡¡Maldito Satou!! Bien sabe a lo que mi madre se refiere. ¿Por qué se hace el idiota?)

—Satou... tú tienes su misma edad, más o menos... tú sabes las urgencias que tienes a tu edad... hay cosas que necesitas y es lo más natural... Claro que Takeo todavía es un niño... él no sabe de estas cosas —dijo mi madre quien también parecía estar haciéndose la idiota.

—¡Oh! Entiendo —dijo Satou—. Nunca hablé de nada de eso con Taiki, pero Takeo me contó que le dijo que no había ningún problema, que todas sus necesidades y urgencias estaban más que satisfechas.

(¡¡¡Maldito Satou!!! No solo echa leña al fuego sino que me tira a mí al centro de la hoguera... ¡y eso que dijo que yo no hiciera suposiciones sobre lo que no me consta! ¡Maldito Satou! Tan pronto pueda, lo mato.)

—¿En serio? Takeo... tú no me comentaste nada al respecto.

—Madre, yo no hablo de los demás, como hacen algunas personas que conozco. Eso es chismear.

—Eso es lo que hace la señora Shima, Takeo; pero es que los veo a los dos tan cariñosos... se ve que se aman incondicionalmente... Se ve que Takashi se muere por su hermano... y Taiki... bueno, ni qué decir... se ve que lo adora por sobre todas las cosas... ¡son tan tiernos! Y sí... me lo imaginé... aunque una se ponga en el lugar de cualquiera de ellos dos... la conclusión es la misma... ¿quién necesitaría nada más?

Las Siete CampanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora