Capítulo 2 - Primera Parte

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 El anciano ermitaño comenzó entonces este relato:

El dios del Cielo Estrellado tenía muchos hijos, así como su padre los tuvo antes que él, y su abuelo antes que su padre. El cielo estaba en calma ya que la mayoría de los mundos estaban deshabitados y los que tenían habitantes, estaban gobernados y cuidados por sus hijos, a cada uno de los cuales, les había asignado uno en particular. Todos esos mundos eran distintos, unos a cargo de un dios, otros a cargo de una diosa; unos con seres inefables, de exquisita belleza, otros con simplemente animales de diferentes clases; en un conjunto que abarcaba una gran variedad de estados de vida, desde la más absoluta ignorancia, hasta la felicidad más excelsa. Pero solo en eso se diferenciaban: en la consciencia que de la felicidad tenían sus habitantes. Mas incluso dentro de un mismo mundo, sus habitantes también tenían sus propias diferencias en cuanto a su estado de consciencia. Unos se sabían más felices que otros.

En todos esos mundos, los seres tenían una sola obligación natural: la de ser cada vez más felices; y una sola tarea: hacer más felices a los demás. Cuando alcanzaban un nivel de felicidad tal que el mundo en que vivían ya no podía aportarles más, entonces transmigraban hacia otro de grado superior, sin que la obligación natural y la tarea, cambiaran.

Todos los dioses y diosas, cada uno en su respectivo mundo, tenían la misma obligación y la misma tarea que los habitantes: ellos mismos debían ser felices y hacer felices a los seres de su mundo, por lo que trabajaban con ahínco en cumplirla a cabalidad. Eso, a su padre el dios del Cielo Estrellado, lo tenía más que complacido.

Los dioses, al contrario de lo que mucha gente cree, también aprenden y progresan, incluso aquellos que gobiernan los mundos más elevados, pues cuando alcanzan su nivel, aparecen nuevos mundos, mejores y más altos aún, a los cuales les tocará ahora gobernar y cuidar. Eso es tan así que, al sumar el progreso de todos los mundos, sus seres y sus dioses, también mejora y progresa el dios del Cielo Estrellado y el cielo mismo, al igual que los otros dioses de los otros Cielos Estrellados, en una cadena sin fin o, mejor aún, como un complicado sistema de engranajes que se articulan armoniosamente de forma tal que lo que pasa con un ser afecta a todos los otros seres de ese mundo y por lo tanto al mundo; y lo que pasa con ese mundo afecta a todos los otros mundos y por lo tanto, al cielo, de la misma forma que lo que pasa con un cielo estrellado afecta a todos los cielos estrellados... una maquinaria universal perfecta que solo se dirige hacia adelante y hacia arriba, siempre mejorando.

El dios del Cielo Estrellado, como consecuencia de la evolución de su cielo, estaba alcanzando un estado tal que lo ponía al borde de dar su siguiente paso, es decir, subir él mismo a un nivel más alto, pues como dije, él también iba aprendiendo en el curso de su existencia, porque por sobre todos los dioses y seres, hay una Ley Natural a la que nada ni nadie puede escapar y que rige toda la Existencia, sin excepción alguna. Esta Ley fundamental, como no podría ser de otra manera, es sumamente sencilla y todos fácilmente pueden llegar a conocerla e incluso a enunciarla; pero en su extrema sencillez radica también su misterio: si bien es fácil conocerla, es muy difícil determinar cómo funciona. Por eso, lo verdaderamente difícil es aprender a predecir su comportamiento, dada la infinita cantidad de sus posibles manifestaciones.

En esta situación límite, el dios del Cielo Estrellado tuvo un nuevo hijo: un varón, cuya belleza no sólo superaba a la de cualquiera de los seres de los mundos más elevados, sino e incluso a la de sus hermanos y tíos. Pero nadie, en ningún universo, sintió envidia de él, pues ese sentimiento no existe entre los dioses; por el contrario todos estaban más que encantados con esa nueva joya del cielo. Y así, el niño comenzó su propia evolución tal como ha sido siempre y siempre será. Para eso, al igual que sucedía con todos los seres, también debía aprender. Por ello, muchas veces acompañaba a sus hermanos en su labor de gobernar sus respectivos mundos y veía lo que hacían y cómo lo hacían, pues llegado el momento, él también tendría su propio mundo a cargo. Era aplicado, serio y minucioso. Incluso, muchas veces preguntaba (y eso era algo poco común) sobre la forma de realizar las tareas de contribuir a la felicidad de los seres.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now