Capítulo 27 - Primera Parte

40 9 0
                                    

 Mi tío estaba durando más de lo que había pensado. En lugar de los dos días previstos, ya íbamos por el cuarto cuando llegó un mensajero avisando que le había salido otra tarea y que tardaría unos tres días más. De todas formas, mi madre estaba resignada a esperar su llegada para llevar a cabo su tan ansiada reunión investigativa; y por mi parte, no había hecho otra cosa que respirar, comer y dormir... ¡Ah! Y pensar, claro... ¡faltaba más!

Después del almuerzo, me había propuesto dormir una siesta. Hacía frío pero no nevaba, aunque sí había nevado durante buena parte de la mañana. En el silencio de la tarde, cuando mi madre aún estaba en la cocina, entró mi prima y algo dijo con cierto tono de excitación, lo cual era inusual en alguien que más se parecía a un detalle arquitectónico que a un ser humano, pero no pude entender qué decía. Mi madre, con un tono de voz más fuerte pero sobre todo, mejor articulado, dijo:

—¿Qué dices? ¿Es cierto eso? ¡Uy, salgamos a ver!

Ahí la curiosidad hizo que me levantara. Fui a la cocina y como no las encontré, salí al corredor del frente. Allí estaban las dos, así como la vecina de al lado y su hija.

—¡Takeo! ¡Hiroshi tiene visitas!

—¿Visitas? ¿De quién hablas, madre? ¿De Satou?

—¡Ay, Takeo, a veces te haces más tonto de lo que eres! ¿Acaso Satou sería una visita? Eso sería como si tú o yo fuéramos una visita para el chico.

—¿Entonces?

—No, no... parece que son tres forasteros.

—Madre lo dices como si hubieran venido los tres reyes magos esos de los que hablan los cristianos... ¿por qué dices que son forasteros?

—¡Takeo! Porque no son de aquí, tonto. Yo no los vi, pero dice la señora Shima (que sí los vio) que nadie los conoce.

—Y si usted los vio, señora Shima... ¿cómo eran?

—Un anciano ciego y algo andrajoso, Takeo, acompañado por dos chicos jóvenes pero mejor vestidos—me contestó—. Llegaron al pueblo hace un rato y directamente preguntando por Hiroshi.

—¿El Maestro? —dije en voz baja como preguntándome a mí mismo.

—¿Quién? —preguntó mi madre.

—Eh... no lo sé, madre, pero por la descripción me inclino a pensar que es el Maestro y probablemente dos chicos que conocimos en la montaña: Taiki y Takashi, hijos del señor Harada, un granjero.

—Takeo... ve a donde Hiroshi con cualquier pretexto... no sé... lo que se te ocurra, y averigua si son ellos o no y a qué vinieron—me dijo mi madre empujándome que casi me hace caer del corredor.

—No puedo, madre... eso sería... eh... muy poco apropiado y menos aún, elegante —le dije sin confesarle que tenía prohibido por Satou acercarme al chico.

—¡Cielos, Takeo! No tengo nada para llevar y si me pongo a preparar algo quizás se vayan antes de que termine... ¡Rayos! ¿Qué hacer... qué hacer? —dijo mi madre y me sorprendí porque invocara a los rayos... Creo que fue la primera vez en mi vida que la oí decir eso.

—Takeo, piensa, ¡piensa! —me insistía.

—Madre, no es de nuestra incumbencia lo que haga o deje de hacer Hiroshi ni sus visitas.

—Cierto... Nos quedaremos aquí esperando y tan pronto se vayan las visitas, iremos a ver a Hiroshi para que nos cuente.

—Madre; eso, aunque más discreto, es igualmente inmiscuirse en los asuntos del chico.

Las Siete CampanasWhere stories live. Discover now