VEINTE

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:= Amanda =:

Ni siquiera cuando me quedaba a dormir en casa de mis amigas me sentí con la necesidad de esperar a que despertaran para ir a la cocina por un alimento, entre ellas y yo había una clase de confianza que me hacían sentir de la familia y podía moverme con total libertad por la vivienda. Abrazo la almohada mientras tengo la espalda contra la pared e intento imaginar otros colores en la habitación, debo admitir que en vez de la cama donde estoy, visualizo una cuna; pero no podemos vivir aquí todo el tiempo, debo buscar un lugar para mí y este bebé, también tengo que sacar mi cuaderno de vida, para empezar a planear los siguientes pasos.

Mi estómago gruñe y agradezco a todo lo sagrado por no tener las tan famosas «náuseas matutinas», pero no tardarán sí no ingiero nada más que el agua de mi botella que está a punto de terminarse. Bajo las piernas y camino descalza hacia mi maleta, las tiro al piso y abro el cierre para buscar mis sandalias en medio de todo lo que mi madre empacó por mí. Hay vestidos, pantalones, blusas y demás ropa qué tan amablemente me ayudarán a sobrevivir. En la siguiente maleta más que ropa, están mis demás posesiones. Tomo un portarretratos en el que salgo sonriente con mis padres a cada lado de mí, en mi noche de graduación.

Sé que ellos entenderán la situación en algún momento, pero por ahora, no puedo ir a explicarles nada siendo tan resiente la noticia. Necesitan relajarse y pensar con la mente fría. Deben entender que ya no soy una niña y que el mundo ya no es como en sus tiempos.

Salgo de la habitación directo a la cocina, encontrándola vacía, con los platos de anoche sucios y una caja de pizza vacía sobre la mesa. Ato mi cabello en una coleta antes de comenzar a movilizarme. Adán me abrió las puertas de su casa y cocinó para mí, lo mínimo que puedo hacer es preparar el desayuno y limpiar un poco el lugar.

Para cuando termino, son las diez de la mañana y la puerta de su habitación se abre mientras coloco la fruta en un plato hondo. Su cabello está más despeinado que de costumbre, con la marca de la almohada en su mejilla y tallándose los ojos al soltar un bostezo.

Hubo como cinco veces en las que dormí en casa de Eder, y la imagen que tengo suya cuando acaba de despertar es tan diferente a la de Adán, comenzando en que uno trae camisa y pantalón mientras otro solo usaba un bóxer y, algunas veces, calcetines.

—Buen día —saludé con entusiasmo, pero no esperé que él diera un pequeño salto hacia atrás, abriendo de más sus ojos y llevándose la mano al corazón. Le sonreí apretando los labios para no reír.

—Olvidé que estabas aquí —admitió soltando el aire.

—Lamento asustarte. —Elevé mis manos en son de paz y él se relajó también, sonriendo finalmente—. Preparé el desayuno.

—Ya me estaba acostumbrando a vivir solo. —Le paso sus platos por encima de la isla para que los lleve al comedor, pero se limitó a sentarse en un banquillo y comenzar a picar la sandía.

—Yo estoy acostumbrada a que me cocinen; perdón si te da indigestión.

Deja el tenedor en el aire y me mira muy serio, me limito a encogerme de hombros y rodear la isla para sentarme a su lado. No miento cuando digo que muy pocas veces cocino, y mi gran lista gourmet se basa en hacer huevo revuelto con otros ingredientes, calentar el espagueti y cocinar bistec o milanesa de pollo. La última vez que intenté encender el horno de casa, las puntas de mi cabello se quemaron.

Él siguió comiendo como si nada al igual que yo, como un compañero de clases decía: con hambre todo sabe rico. Quizás en mis tiempos libres o en estas pequeñas vacaciones deba aprender a cocinar más recetas; ahora seré madre y no voy a poder alimentarlo con solo cereal con leche, huevos y espaguetis, llegará el punto en que a ambos nos aburrirá comer lo mismo siempre.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora