TREINTA

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:= Adán =:

Esto está siendo más difícil de lo que pensé y el celular sobre la cama se burla cruelmente de mí, retándome a apretar un solo botón para hacer lo que se cruzó por mi cabeza cuando andaba en modo filosófico con Amanda.

Mejor paso de hacer una locura. Aún no estoy listo para humillarme más de la cuenta.

Deslicé el dedo, subiendo los nombres de mis contactos hasta el número de mi hermana, pero llamarla a ella también sería una locura, porque no puedo expresarle mis miedos de llegar a los cuarenta sin novia porque ella piensa que Amanda es mi pareja.

Por eso odio mentir.

Y si le llamo a Jesús es como llamar a la línea erótica, porque solo me dirá que busque a mujeres con quienes salir; yo no quiero una chica para una noche, la quiero para todas ellas y llegar juntos a la vejez.

Antes la desesperación de tener una familia había menguado con el bebé de Amanda, pero ya hay dos hombres esperando por él. No puedo ser su papa legal sin que los biológicos renuncien a su paternidad y, por alguna razón, siento que no lo harán. Y desaparecerlos no es una opción muy viable.

Por suerte mi crisis se ve interrumpida en el momento en que  Amanda llama a mi puerta. Asoma su cabeza al decirle que entre y puedo ver la angustia en su rostro. Conozco mucho el sentimiento, pues la mayoría de mis clientes la traen pintada cuando me van a exponer sus problemas.

Me pongo en alerta y en lo primero que pienso es en el estado del bebé.

—¿Qué sucede, Amanda? —pregunté con desesperación. Ella miró sobre su hombro y suspiró.

—¿Qué tan bueno eres con los divorcios? —susurró y fruncí el ceño; creo que su angustia no tiene nada que ver con el bebé. Me puse de pie, tomando el celular y caminando hacia ella.

—No entiendo.

Amanda se hizo a un lado y pude apreciar a una chica sentada en una silla del comedor, con Picky observándola desde unos metros, en guardia a cualquier movimiento extraño que haga la intrusa.

—Ella es Bárbara, mi prima.

La chica sostiene una gasa contra su mejilla, mirando hacia el horizonte; es como ver a Amanda de mayor. Su cabello está sujeto en un desordenado chongo que deja libre su rostro y cuello; soy capaz de escuchar los sollozos que escapan de su boca hasta aquí.

—¿Su esposo le hizo eso? —señalé con mi cabeza, Amanda suspiró y se recargó en la pared, con una expresión de abatimiento.

—No es la primera vez —confiesa haciendo que una chispa de ira se encienda en mi interior—, pero es la primera vez que pide ayuda.

—¿Esa ayuda es un divorcio?

—Ajá. Es el padre de sus hijos, no quiere meterlo a la cárcel.

—Pero sí los expuso a violencia intrafamiliar —expresé con ironía—.Van a necesitar un psicólogo.

—Lo sé.

Su prima nos voltea a ver y sí es como ver a Amanda en unos años más. La genética de su familia es asombrosa, también la belleza. No imagino la clase de ser inhumano que es su marido para maltratar a una mujer, tan indefensa y frágil, que se encogió en su lugar cuando le puse mi atención.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora