TREINTA Y CINCO

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:= Amanda =:

Una vez que mi vientre decidió abultarse, ya no se detuvo, lo sé porque cada mañana lo media con la cinta métrica y creció dos centímetros en tan solo tres semanas. Quizás no es mucho, pero para el nulo crecimiento que había tenido antes, se me hace una barbaridad.

Y el vientre no es lo único que ha crecido de mi cuerpo. Hace tanto que me había acostumbrado al tamaño que mis pechos tendrían eternamente que me cuesta aceptar que están aumentando su tamaño.

Mi cuerpo está cambiando por la llegada de una de las personas que más amaré en la vida. Se me llenan los ojos de lagrimas al recordar que consideraba abandonarlo en el hospital una vez naciera, con Adán, porque creía que sin mí estaría mejor. Me siento culpable por haber pensado así, pero me convenzo de que en esa Amanda y en la de ahorita, hay un larguísimo camino de diferencia.

El elástico del pantalón se ajusta a mi cintura y dejo que la blusa me cubra el resto de piel, dejando mis brazos descubiertos. A penas comencé a sujetarme el cabello cuando la puerta del baño se abrió y los somnolientos ojos de Eder me miraron.

—Preparé el desayuno.

—Ni siquiera has lavado tu cara —me burlé. Pasó al baño y señalé las puertas de debajo de los lavamanos después de amarrar mi coleta—. Compré cepillos nuevos.

—Gracias. —Su sonrisa me calentó el corazón y me hizo sonreírle de vuelta, porque sentía que lo tenía todo. Mi primer proyecto está yendo de maravilla, estoy siendo independiente y, un poco adelantado, tendré un bebé junto al chico que gobierna en mi corazón.

Miré su espalda antes de cerrar la puerta del baño, apreciando la forma de sus músculos y la tinta sobre su piel. Sé que no puedo decidirlo a estas alturas, pero espero el bebé sea suyo; podríamos ser la familia que siempre soñamos tener. Dormir con él estos días, con su calor envolviendo mi cuerpo, me hizo querer esa vida hasta el día en que tenga que pasar al otro mundo.

«¿Tú querías una familia?», susurró con guasa una voz en mi cabeza; la sacudí y le di privacidad a Eder cuando abrió la llave de la regadera.

El desayuno espera en el pequeño comedor que adquirí y ya no solo hay calor en mi pecho, sino una punzada, como si estuvieran encajando un centenar de agujas.

Yo no me veía en una familia, por eso pensaban en que no sería buena madre para el bebé; por eso engañé a Eder metiéndome con su mejor amigo y por eso estoy sola con el resultado de mi desliz. Soy una persona egoísta que piensa que puede hacer y deshacer las cosas como si no afrentaran a terceros.

Y aunque les afectara, no me importaba. Pero ya no es así; es raro, pero siento que se me pegó un poco de la empatía de Adán. Supongo que al convivir tanto tiempo con él, adquirí algunas de sus grandes cualidades.

No me veía en una familia, pero ahora sí. Puedo visualizarme de aquí para allá con el bebé, acondicionando el apartamento para su buen crecimiento. Rayando la pared con cada centímetro que se estire, observarlo dar sus primeros pasos y escuchar decir sus primeras palabras. Disfrutar de sus primeras carcajadas y enojarme por sus berrinches, pero, a pesar de su quizás mal comportamiento, amarlo eternamente.

Darle diariamente un tazón de cereal porque es la única manera en que no lo intoxicaría. Quizás hasta en un futuro pueda contratar a alguien que me ayude en el tema de la cocina... y la limpieza.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora