CUARENTA Y CINCO

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Cuando Adán piense "Demonios", denle play para más ambientación :)

:= Amanda =:

Las clases que recomendó mi médico son un poco raras cuando debo de asistir con Lucrecia, pero es mejor que hacer los ejercicios sola, además, si esto no fortalece nuestra amistad, ya nada lo hará.

—La otra vez vi en un película las famosas respiraciones que se supone te ayudarán a controlar el dolor —mencionó Lucrecia, metiéndole la cucharita a su helado.

—La palabra clave en esa oración es "se supone". Creo que voy a terminar perdiendo la consciencia en la sala de parto.

—¿Ya te dijeron que será natural?

Apreté el botón del ascensor de la plaza.

—Por fortuna.

—Te tengo un hack: epidural —Guiñó su ojo cuando la puerta del ascensor se abrió; entramos al no haber nadie por salir.

—Lo tengo muy presente, pero leí que al disminuir el dolor, puedes perderte contracciones, poniendo en peligro la vida del bebé.

Lucrecia resopló, pulsando el botón del primer piso.

—Qué difícil es la vida de madre.

A estas horas de la mañana, la plaza comercial se encontraba casi vacía, conveniente para venir a comprar algunos artículos que me hacen falta en casa, o cualquier cosa que se me pegue en las tiendas de objetos orientales. Ahí entras buscando algo y sales con veinte cosas hermosas, pero que no necesitas.

Agradezco que Lucrecia se tomara el día cuando le pedí acompañarme, de todas formas, en la empresa no tenía mucho por hacer. Al menos eso dijo.

El frío del helado me cae demasiado bien al estómago después de tantos antojos relacionados con hongos y nopales. Me consuela saber que esos alimentos son baratos; estoy segura que hasta a mi padre le daría un soponcio si algún día mis antojos se tratasen de caviar.

A mí me daría porque es un alimento demasiado salado para mi paladar. Posiblemente lo comería y a los segundos mi lengua ya no funcionaría.

Así que me quedo con el helado de galleta. Para nada nutritivo, pero delicioso. Mi reloj anunció una nueva notificación. Lo revisé; era un mensaje del chófer que mi padre contrató, preguntando si lo necesitaba.

Mi respuesta es mandarlo a descansar por hoy. Puedo tomar un taxi con Lucrecia para regresarnos al edificio.

Después de varias vueltas en los pasillos de las tiendas, mis brazos están llenos de bolsas de, efectivamente, cosas curiosas que no necesito, pero quiero creer que sí para no sentirme mal con mi consumismo. Incluso compré tres peluches, dos de ellos son almohadas.

—No vuelvo a dejarte sola en una tienda coreana —se queja Lucrecia, cargando muchas más bolsas que yo. Reí.

—Oh, vamos, qué también compraste cosas innecesarias.

—¡Solo hicieron una bolsa de lo mío y estoy cargando con seis! Y son muy pesadas —chilló detrás de mí.

Volteé los ojos y me giré para verla. Tenía una mueca de sufrimiento en sus labios; estaba a nada de echarse a llorar. Reí mucho más.

—Ya, no seas exagerada, te regalo una de mis almohadas si quieres —ofrecí. Parpadeó alejando las lágrimas de drama y asintió.

—¿Y también una mascarilla?

Bufé. Estiré mi brazo, tomando su muñeca para jalarla y que comenzara a caminar a mi par.

—Sí, hasta te voy a cocinar algo rico.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora