TREINTA Y TRES

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:= Adán =:

—¡Moriré! —exclamé al subirme al auto junto a Jesús. Me miró con el ceño fruncido y le pasé el celular mientras intentaba procesar la información que me dieron esos malparidos de pura chiripa.

Mis manos temblaban y el alcohol en mi sangre se evaporó como mi valentía al salir del clóset. Agradecí a  todas las deidades habidas y por haber por permitirme salir sin que nadie me viera o mi vida habría terminado en ese momento y como que me gusta esto de respirar y tenerle temor a morir.

—¿Qué? ¿Te llegó un pack y tu corazón no puede con ello? Amigo, ¿no viviste muy bien tu adolescencia, verdad?

Ni siquiera podía lanzarle una mirada de reproche porque estaba ocupando todo de mí para no entrar en pánico. Señalé con más ahínco mi celular y de pura mala gana miró la pantalla.

—¿Un audio gimiendo?

—¿¡Por qué te mostraría un maldito audio de alguien gimiendo?! —me exasperé.

—Yo lo haría, como buen amigo.

—Contigo no se puede. —Chasquee la lengua y tomé con fuerza el volante—. Sí, Jesús, es un audio de alguien gimiendo, anda, escúchalo

—Así sí me interesa. —Sacó los auriculares y se los colocó mientras yo salía de esa mansión; de repente dejó de ser algo digno de admirar, sentí que tenía un punto rojo en mi nuca, así que observé por el retrovisor, pero todo seguía normal, como una fiesta de ricos cualquiera.

Conduje en automático y noté cuando mi amigo se sacó los auriculares; no dijo nada, y es que yo habría tenido la misma reacción. ¡Qué digo! Sigo en shock. Estacioné frente a su casa; no quería llegar a la mía, pues sentiría que pondría en un peligro a Amanda, pero tampoco sé si puedo entrar en la de él, ya que no sé si su follamiga sigue adentro.

Suelta un suspiro entrecortado y yo asentí antes de mirarlo.

—Así que ahora solo hay una sola opción a seguir —murmuró.

—No hay marcha atrás —afirmé con cuidado de que no se notara mi temor.

—¡¿Quieres continuar después de saber que te quieren matar?!

—De todas formas lo harán, quiero saber si mi mejor amigo estará a mi lado.

Mira al frente y se pasa la mano por el rostro. Sé que le estoy pidiendo demasiado, porque no es como saltarse una clase de la universidad o ayudarlo a robar las respuestas de un examen para uno de sus ligues, pero sé que no podré llevar toda la investigación yo solo con los ojos de todos ellos puestos sobre mi nuca.

—¿Qué hay de Amanda? —preguntó después de un rato de meditación. Me acomodé en mi asiento, apretando el volante.

—Mañana se va de la casa.

—¿Tus hermanos? ¿Tu familia?

—No tienen porqué enterarse, para ellos, solo estoy llevando un caso.

—Podrías morir, Adán. ¡Podríamos morir!

Suspiré y lo miré nuevamente; tardó en fijarse en mí, pero cuando lo hizo pude notar el miedo en sus ojos.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora