CUARENTA Y SIETE

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*Cuidado, antes hay un capítulo nuevo*

:= Amanda =:

¿Qué necesidad tengo de pagarle a alguien para solo hacerme llorar en cada cita? Para eso mejor me pongo a cortar cebollas.

Ni siquiera puedo retirarme al terminar la sesión porque mi chófer no ha llegado y no me apetece tomar un taxi para que me vea lagrimear.

Con dos tuve suficiente.

Inhalé y exhalé varias veces, intentando menguar el llanto, pero mi visión se volvía a nublar a cada nada. Ni siquiera puedo abrazar mis piernas para hacerme un ovillo.

—Conozco esa expresión de desesperación. —Levanté la mirada, encontrándome con la misma chica de la primera vez que vine. Se sentó en la silla a mi lado—. Tranquila, yo te abrazaré.

Y lo hace. El calor que trasmite logro sentirlo con el primer toque. Apretó más mis brazos, subiendo y bajando una de sus manos.

—No deberías venir sola. Las catarsis pueden ponerte mal —menciona en voz baja. El conocerla poco me valió cuando apoyé la cabeza en su cuello.

—Tú vienes sola —repliqué.

—Sí, pero no soy yo la que está embarazada.

Mi celular vibra en mi bolsa al tiempo que la puerta del consultorio del doctor se abría. La chica se alejó de mí, poniéndose de pie con los brazos sobre las caderas.

—No puede dejar a un paciente así —le reclamó—, puede ponerse mal.

—Christina, por favor, pasa y toma asiento.

Resopló, pero obedeció. Se giró a medio camino y me señaló.

—No vengas sola la próxima vez. Así traigas a tu abuelo, necesitas que te cuiden y sostengan tu mano.

—Sería bueno que siguieras tus consejos, Christina.

—Sabe que yo no tengo nadie —repuso adentrándose al consultorio. El doctor suspiró y negó con la cabeza. Se fijó en mí.

—¿Ya te encuentras mejor?

Asentí poniéndome de pie.

—Sí, gracias.

El trayecto a casa fue en completo silencio; mi mente estaba en blanco y por suerte ya no habían más lágrimas por derramar. Podría considerar para la próxima traer a mi papá, incluso hasta el chófer podría funcionar. Pagarle un poco más para que me dejara abrazarlo como un oso de peluche no suena tan mal.

O quizás podría comprar un oso de peluche enorme y traerlo en el auto para cuando necesite un abrazo.

Ojalá Sally estuviera también fuera de casa y me cuidara a cualquier lugar a dónde vaya. Podría mandar esa sugerencia a sus creadores para la siguiente versión. No me molestaría traer dos relojes inteligentes o habla como loca con una computadora cuando empiece a llorar.

No sabía cuánto tiempo llevábamos en la calle, pero estoy segura que es demasiado para el tramo de la clínica hasta mi edificio. Aparté la mirada de mi celular, donde chateaba con Lucrecia, y observé por la ventana.

—¿Dónde estamos? —le pregunté al chófer.

—Varias calles atrás nos empezó a seguir un auto blanco. No volteé —obedezco, pero mis músculos se tensaron—. Intento dar vueltas para perderlo.

—Adivino que no importa a dónde vayamos, vuelve aparecer, ¿no? —murmuré controlando mi respiración. En definitiva le enviaré esa sugerencia a los creadores de Sally; la necesito aquí.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora