TREINTA Y SIETE

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:= Amanda =:

Como desearía tener una botella de alcohol en mis manos en vez de un bote de helado y galletas sumergidas en la deliciosa mezcla congelada. Bueno, me quedo con el helado, pero no estaría mal algún cóctel para acompañarlo.

—Cuando nazcas —le hablo a mi vientre andando hacia la puerta del apartamento—... seguiré sin poder beber —me quejo, porque no podré perder la conciencia por terminarme tres botellas, debo ser una madre responsable—. Iniciaré con una copa de vino al día —le aviso a mi bebé.

Sentí un extraño movimiento de intestinos y recuerdo que la obstetra me advirtió sobre el comienzo de movimientos leves en estas semanas, ¿eso que sentí... fueron las primeras señales de vida que me dio su hijo? ¿Y las dio cuando le mencioné que su madre es una alcohólica?

Mis ojos se llenaron de lágrimas y me apresuré a llegar al apartamento. La puerta estaba abierta y mi buen humor desapareció. Los focos de la sala estaban encendidos y una leve melodía de jazz se lograba escuchar. Cerré detrás de mí con la ayuda de mi pie.

No quería enfrentar a Eder o a Tobías, mucho menos los dos si es que están aquí; Lucrecia me hizo olvidar el mal trago que me hicieron pasar ambos por estar esperándolos en la clínica. No necesito amargarme la noche.

Dejo las bolsas del súper con muchos botes de helado sobre la encimera de la cocina y agarro el de vainilla ya abierto. Ni siquiera voy hacia la sala, prefiero dirigirme a mi habitación a ver alguna película en alguna plataforma. Pero al cruzar el pasillo doy un vistazo de reojo. Eder está viendo por la ventana, con uno de sus brazos apoyado en el muro y su frente, supongo, en el cristal.

¿Habrá pasado algo grave para que no fuera a la cita y yo pensando lo peor de él?

Miré a mi helado, lleno de galletas con crema de vainilla en medio. Tomé una y cambié mi camino hacia Eder. La música le da ese ambiente de cafetería bohemio del centro de la ciudad.

Sobre el comedor había una caja, me acerqué para descubrir que era un envío para mí. Dejé el bote a un lado y abrí con cuidado de no dañar lo que sea que esté dentro.

—¿Qué tal la cita? —preguntó por sobre la melodía del saxofón. Me encogí de hombros, retirando toda la cinta que cerraba la caja.

—Pudiste descubrirlo por ti mismo si hubieras asistido —reclamé extendiendo las solapas de la caja.

—No creí que me necesitases con Tobías ahí. —Bufé. Otra vez con la burra al trigo. No era mentira mi decisión sobre no aceptarle ninguna broma sobre mi infidelidad, ¿quiere que lo intentemos? Genial, que perdone e intente olvidar, ¿no puede? ¡Pues adiós! Ni él ni yo merecemos estos juegos de tira y afloja. Ya no somos unos niños.

Arrugo todos los papeles que cubren mi paquete y los retiro para encontrar con todas las prendas —en su mayoría vestidos— que encargué por internet. Gran día para llegar y mejorar mi ánimo. Sonreí sacando el amarillo de hasta arriba. Casi todos son sueltos completamente, con diferentes medidas en las mangas, pero este se ajustaba al pecho y dejaba libre desde la cintura, con un pequeño lazo negro que lo adornaba.

Se convirtió en uno de mis favoritos tan solo verlo.

—Al parecer pensaron lo mismo, porque ninguno se presentó —informé. Conté las prendas; esperaba más de once, pero con tan poco tiempo de envío, no me quejaré. Ya las demás llegarán a su debido tiempo.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora