TREINTA Y SEIS

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:= Amanda =:

Encajo la cuchara en el helado de chocolate y después en el bote de mermelada de chabacano para llevar la mezcla a mi boca y degustar el extraño sabor que tienen juntos. Ninguna de estas cosas me gustaba antes, pero nadie le dice que no a un antojo de embarazada. No quiero que el bebé salga con cara de chabacano.

—¿Cómo es un chabacano? —pregunto entre sollozos a mi compañera de antojos, que hace una mueca ante el sabor.

—¿Viste mi mueca de asco? —Asentí —. Pues así son. —La vuelve a hacer, logrando sacarme una carcajada—. Ya no llores, Amanda, te ves bonita haciéndolo, pero duele aquí. —Se lleva la mano al pecho.

—Ninguno se presentó —repetí, solo que esta vez sollocé con más fuerza e hice un mohín—. Creí que lo harían, pero ni siquiera me avisaron. ¿Sabes? —Levanté la mirada y ella quedó con media cuchara de helado y mermelada en camino—... Creí que no te había gustado.

—Le agarras otro sabor después de un rato —se excusó tragando el bocado. Sonreí sin quererlo; fue buena elección haber venido aquí en vez de ir a encerrarme en mi nuevo hogar, sola, con la única compañía de los muebles y aparatos electrónicos.

Respiré hondo.

—Pensaba que todo con Eder estaba en orden otra vez, que nos daríamos una segunda oportunidad —confieso pasando del helado y agarrando solo la mermelada.

—¿Tú querías esa segunda oportunidad? —indagó queriendo quitarme el bote de mermelada, pero golpeé su mano—. ¡Oye, también quiero!

—Como embarazada, tengo más derecho a ella. —Lu entornó los ojos y comenzó a comerse solo el helado—. Y, sí, quería darnos otra oportunidad. Lo amo, ya lo sabes.

—¿Él lo sabe? Porque con eso de tu desliz, ha de tener sus dudas.

Apreté mi ojos y mis labios encerraron a la cuchara mientras alejaba el bote en un gimoteo. Me saqué el cubierto con rabia.

—Se enojó en la mañana porque a Tobías le presenté a mis padres y a él no.

—Está complicado ese asunto —suspiró y agarró mi mermelada.

—Merezco morir sola, ¿verdad? Tejiendo gorros horribles para mi hijo y quizás para mis mascotas. Sí, ese será mi trágico final —me lamenté perdiendo la vista en la pared blanca, donde me veía a mí en una mecedora con varios conejos (amo los conejos) saltando a mi alrededor.

—¿Acaso sabes tejer? —soltó con la boca llena de mermelada y yo cubrí mi rostro.

—¡Ni siquiera sé tejer! —me lamenté—. ¡Mis conejos no tendrán gorros horribles que cubran sus orejas del frío! ¡Seré una mala cuidadora!

Escuché las patas de la silla chirriar y después los brazos de Lucrecia a mi alrededor. Acariciaba mi cabello mientras entonaba una canción que no lograba identificar, pero sé que no era de cuna o infantil. Saqué mi cabeza de su pecho y la miré.

—¿Qué cantas? —gimoteé, aspirando mis mucosidades para evitar mostrárselos.

She de Selena Gómez, es que no me sé las melodías de otras canciones que no sean de ella y ahorita esa me encanta, ¿quieres oírla?

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora