DOS

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La cabeza me punza y no es exactamente por el alcohol que ingerí anoche. Es por las pocas horas de sueño que tuve.

Pero no voy a dejar que la traición de Zoey detenga mi vida. Si seré soltero, seré uno codiciado. Ya no puedo hacer una fortuna, pero al menos puedo hacer ejercicio para tener algo rescatable en mi persona. Dicen que los 40 son los mejores años de un hombre, y quiero entrar con pie de plomo.

Me pongo la ropa de deporte que comenzaba a olvidar y me dispongo a salir de casa, con Picky guiando mis pasos.

¿Y si ese fue el problema? Quizá descuidé mi imagen y por eso Zoey se fue con alguien mucho más joven. O mucho más rico. O ambas cosas.

No, deja de martirizarte.

Emprendo mi caminata al parque, pensando en lo que diré esa tarde a mi familia. Zoey se fue, debo superarlo y no estancarme. Tengo muchas cosas por hacer, una de ellas es cancelar a la wedding planner y que ella se encargue de hablarle a los invitados. El siguiente es ir al despacho y buscar un caso que me mantenga distraído.

Coloco mis audífonos al llegar al parque casi desierto por la hora de la mañana, subo el cierre de mi sudadera y comienzo a correr con Picky siguiéndome.

Mi condición es tan mala que no logro completar ni una vuelta cuando ya empiezo a jadear y a cansarme. Quizá lo mejor sería no correr con la cachorra, pues su velocidad es mayor a la mía.

Me detengo a respirar, colocando las manos sobre las rodillas.

Esto de renacer como un Robert Downey Jr. no está funcionando. ¿Y sí me dejo la barba?

¿Estás baboso? Ya tienes barba.

Me llevo la mano a la cara, sintiéndola. Es verdad, tengo barba y no funciona. Quizá no funciona en mortales.

Miro a Picky, sentada en el pasto, comiéndoselo, y sonrío. Es una buena perra, recuerdo cuando se alborotaba cada que Zoey llegaba del trabajo, le festejaba más que a mí, y me duele que ella se quedará esperando a que vuelva a cruzar por la puerta.

Aunque no será la única esperando.

—Vayamos a casa.

Salí de la pista y anduve por el pasto, con Picky corriendo libre por él, persiguiendo a las mariposas blancas de la mañana. Detengo mi andar y frunzo el ceño al ver una abundante maraña de cabellos rizados.

La chica se balancea en el columpio, está de espaldas a mí, pero algo —el cabello— me dice que es la misma de ayer en el bar.

Me debato entre acercarme o alejarme, no sé qué hará tan temprano en un balancín, pero divertirse es claro que no.

Me fijé en mi reloj para saber la hora; si me acercaba, no perdía nada, pues aún faltaba mucho para la fiesta, y todos los pendientes que enumeré al salir de casa esa mañana se evaporaron como mis ganas de hacer ejercicio.

Con un encogimiento de hombros me acerqué a ella, no dije nada ni saludé, solo llegué y me senté en el columpio a su lado. Por suerte anoche no llovió, o ahorita estaría con el pantalón en una situación muy incómoda.

Mirándola de reojo noté que llevaba puesto lo mismo de ayer. ¿Se lo puso otra vez o no volvió a casa? Si es la segunda opción, ¿por qué no volvería, sería que vivía con su antiguo novio?

Sí es así, mi más sentido pésame. Al menos Zoey vivía en mi casa, así fue ella la que se marchó. Aunque no dudo en que se haya ido con el otro.

Harto del silencio, comienzo a balancearme, Picky, acostada a unos metros, voltea a verme cuando chillan las cadenas.

—No pareces alguien que se columpia.

Te propongo un deslizOù les histoires vivent. Découvrez maintenant