TRES

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:=: Amanda :=:

Yo sabía que mi ética y moral estaban por los suelos —venga, que me metí con otro estando en una relación—, pero no creí que estaba tan mal.

O tan desesperada.

Al menos no presenté a Eder a mis padres. Terminé de arreglarme, con un bonito vestido azul y observé mi reflejo en el espejo de cuerpo completo.

Aunque me cueste admitir, le tengo más miedo a lo que mis padres piensen que a qué mi cuerpo cambie. Alguna vez sí me llegué a imaginar de madre, después mi muñeca cayó de la carriola y un auto le aplastó la cabeza.

Pero eso no pasará con el que llevo en el vientre. Al menos eso espero. Me dejo caer en la cama, observando mi vientre. Interrumpirlo no está en mis planes, pero criarlo tampoco.

La descabellada propuesta de... ¡Oh por Dios! ¿Cómo fui capaz de aceptar si ni siquiera le pregunté su nombre? Es claro que entre locos se entienden.

Ignorando el hecho de que ni él ni yo sabemos nuestros nombres —o cualquier otra cosa además de que somos pésimos en relaciones—, pienso en si podría darle al bebé una vez nazca.

No sé, quizá, después del parto, cuando esté en los cuneros siendo velado por él, yo desaparezca de sus vidas.

¿Qué podría aportarle yo a un niño, si mi barra de responsabilidad es inexistente en este juego de la vida?

Si hubiera sido responsable, no tendría una vida creciendo en mi vientre.

Ay, no, ya parezco mis padres cuando se enteran de embarazos adolescentes.

Un claxon sonó fuera de la casa y me golpeé la frente. ¿Cómo es que acepté su propuesta, le di mi dirección y accedí a ir a una fiesta con su familia, si ni siquiera conozco su nombre? ¡Bien podría ser un sádico asesino con fetiche de embarazadas!

Sí, lo mejor es largarme de su vida una vez nazca. No puede tener a una madre como yo.

Aunque, sí lo pienso, ¿cómo dejarle un bebé a un completo desconocido? No soy tan desalmada.

Tendrás 9 meses para conocerlo.

Salgo de mis delirios cuando suena el claxon por segunda vez. Los tacones resuenan al bajar las escaleras y le sonrío a mis padres, sentados frente al televisor, pero observándome llegar a la planta baja.

—¿Al fin nos presentarás a tu novio? —pregunta mi madre, sin ninguna expresión en el rostro.

Hago memoria sobre sí alguna vez les dije su nombre, pero creo que fui lo suficientemente cuidadosa para hacerlo.

—No es mi novio, nos estamos conociendo.

—Conociendo desde hace dos años —masculla mi padre, cambiándole a los deportes—. En mis tiempos ya nos habríamos casado e ido a vivir juntos.

Blanqueé mis ojos y me fui sin despedir. Al ver su auto frente a la valla me pregunto si es tan necesario el apoyo de mi familia. Tengo 25 años con la carrera de arquitectura finalizada, no los voy a necesitar por mucho tiempo.

Él salió del auto y le sonreí. Al menos, para la edad que tiene, es atractivo. Quizá no acepté el trato por mi familia.


La música hace que el silencio entre ambos no sea incómodo, pero yo tengo muchas cosas por preguntarle si se supone vamos a una comida con su familia.

Vamos, que ni siquiera sé su nombre, signo zodiacal o si cree en las hadas. Solo sé que es un hombre desesperado de 39 años que lo dejaron antes de la boda y ahora quiere una familia que no es suya.

Te propongo un deslizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora