Mi amigo bufa.

—El machito empezó.

—Vuelve a llamarme «machito». Te reto. —Bruno suena tan amenazador que los vellos de la nuca se me erizan, pero me las arreglo para girarme sobre mi eje para encararlo con todo el coraje que puedo imprimir.

—Ya basta —escupo, en su dirección—. Fue suficiente, Bruno.

—Entonces dile a tu amigo que se aleje, por lo menos treinta centímetros más de ti —dice, sin apartar la mirada de Gonzalo.

—¿Estás escuchándote, Bruno? ¿Es en serio? —Mirándolo con incredulidad, le pongo las manos en el pecho y lo empujo con suavidad, para apartarlo de Gonzalo.

Es hasta ese momento, que me percato de cómo aprieta los puños y de la forma en la que tiembla ligeramente. Está furioso.

—Bruno, mírame —pido y él, a regañadientes, clava sus ojos en los míos.

El tropiezo que me da el corazón hace que me quede sin aliento unos instantes, pero me las arreglo para sostenerle la mirada mientras digo:

—Si hay alguien con quien tienes que arreglar algo es conmigo, no con él. Lo sabes. —Me mojo los labios con la punta de la lengua y lo empujo un poco más, obligándolo a dar otro paso.

Aprieta la mandíbula y me mira fijo durante un largo rato antes de apartarse con brusquedad y mascullar algo acerca de necesitar beber algo.

La mortificación me atenaza el cuerpo y me siento tan agobiada, que un nudo de impotencia se me forma en la garganta.

No sé qué hacer. No sé si quedarme aquí, con Gonzalo, Ignacio y Karla, o seguir a Bruno, quien se abre paso entre la gente como alma que lleva el diablo.

Sabía que esto saldría terrible. Lo sabía y de todos modos me dejé convencer. Dejé que Karla y Gonzalo me persuadieran de quedarnos aquí luego de que Bruno hizo su aparición en la mesa del novio de Sofía.

No fue hasta que me lo presentaron como su hermano, que todos los hilos en mi cabeza se ataron de inmediato. Porque solo yo puedo tener la mala suerte de llegar a parar en la fiesta de cumpleaños del hermano de Bruno Ranieri cuando no fui invitada por él.

No puedo ni imaginar lo que debe estar pensando de mí. Seguro piensa que lo planee todo con premeditación para encontrármelo casualmente aquí.

No voy a hacerme la tonta y decir que el venir a bailar con Gonzalo fue sin intenciones de que Bruno me mirara marcharme con él hacia la pista de baile, porque la realidad es otra.

Quería que Bruno me mirara. Quería que reaccionara de alguna manera. He aquí las consecuencias.

El remordimiento que siento es tanto, que cierro los ojos unos instantes antes de girarme para encarar a mis acompañantes, que no dejan de hablar de lo que acaba de pasar con Bruno.

—Ahora regreso —digo y todos me miran con reprobación.

—Andrea... —Gonzalo comienza.

—Nosotros lo provocamos —lo interrumpo—. ¿Qué otra reacción esperabas?

—Ese de ahí es un punto —Ignacio concuerda conmigo, en voz baja.

Gonzalo suspira.

—Solo... —dice, al cabo de unos instantes—, asegúrate de dejarle en claro que no puede volver a hacerte una escenita como esa.

Asiento y esbozo una sonrisa antes de abrirme paso entre la gente en dirección a donde Bruno desapareció.

No me toma mucho encontrarlo. Está sentado en un banquillo alto de la barra al fondo del lugar y, cuando me instalo a su lado —de pie— para ordenar un trago, se echa el resto de algo que contenía muchos hielos.

De nuevo tú ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora