Entro a su casa y yo me quede ahí, en el jardín, parado sin saber que hacer ahora que no tenía un objetivo que seguir. Mire a mí alrededor, observe los bonitos arbustos llenos de flores y los arboles bien podados. Cuando escuché un ruido dentro de la casa no se me ocurrió más que esconderme detrás de un arbusto. ¡Ha! Gran escondite Willow.

—Ok, estoy aquí ¿Ahora qué hago?—susurré agazapado en un estúpido arbusto.

Escuche la puerta abrirse y me sobresalte. Sabía que mi escondite era estratégico y no me encontrarían. Pero, ¿Que haría si soltaban un perro para cuidar la casa? Me mordería hasta la muerte. Trague saliva lo más silenciosamente posible y le rece a todos los dioses, si es que existían, por mi salvación.

—Date prisa Elliot, llegaremos tarde—escuche una voz masculina muy profunda. Quizá la de su padre.

—Trata de no ser muy duro con el—una voz femenina y suave me hizo pensar que ella quizá era su madre. ¿Por qué no podía simplemente asomarme y verlos? Cierto, soy un espía dentro de su casa.

—Sabes que necesitamos ir antes de que sea más tarde. Por lo menos Elliot se ve presentable.

—Siento haberme tardado más de lo que debería. Lo lamento—la voz de Elliot no sonaba como siempre. Era como si estuviera fuera de sí. Tan triste, deprimido, tan...no él.

—No olvides cerrar la puerta.

Oh rayos, esperaba que no cerraran el cancel con candado. Estaría perdido si lo hacían. En cuanto escuche el cancel cerrarse me moví lo más sigilosamente posible al arbusto más cercano a la salida. Pocos segundos después me sentí bendecido al ver que no estaba del todo cerrado. Abrí lo más sigiloso que pude y salí de ahí. Divise a las tres personas a no más de cien metros de mí.

En ese instante algo muy curioso atrapo mi atención. La vestimenta de Elliot por primera vez no era blanca ni colorida y no llevaba su estúpido gorro. En cambio llevaba un traje en color negro y su cabello iba bien peinado. O eso suponía desde la distancia.

Narra Elliot

Mi mente no dejaba de recriminarme por caminar a su lado. Era como una de esas extrañas sensaciones de vacío que quedaban en tu cuerpo y nunca se alejaban. Para mi ir a ese lugar era como recordar una y otra vez que había pasado. Recuerdo haber asistido a miles de terapias en mi niñez y tener que fingir que olvide todo para que me dejaran tranquilo. Así que el ir a un panteón era una de esas cosas que si pudiera evitaría a toda costa.

— Ojala Willow estuviera conmigo—pensé mirando hacia mi derecha y suspire.

El camino no fue largo, pero para mí se hizo eterno por el incómodo silencio que nos envolvía. Cuando llegamos ellos entraron primero. Yo me quede observando la puerta desgastada y metálica del lugar. El supuesto ángel que cubría la parte superior de la reja me molestaba. Así que a diferencia de ellos yo si empuje el cancel lo suficiente para que la figura se abriera a la mitad. Así era mejor.

Agache la mirada y entre evitando por todos los medios arrastrar los pies. Eso molestaría al abuelo. En mi mente comencé a contar los pasos que daba. Tenía que dar 107 pasos para llegar a la tumba de mis padres.

—Quiero ir a casa y meterme entre las cobijas—pensé suspirando por millonésima vez y mirando mis pies avanzar. Cuando levanté la mirada me encontré de frente con ese lugar tan atentamente cuidado. Fruncí el ceño al leer el nombre de mis padres y desvié la mirada.

Sería un largo rato de suplicio donde todos guardaríamos silencio. Por lo menos eso creí cuando escuche un pequeño sollozo.

—No llores—Y ahí estaba, el único momento del año donde la voz del abuelo sonaba más suave.

¡Bendito Whatsapp! (EDITANDO Primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora