Cita 43: Ojiro Mashirao.

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Extendiste tu brazo al cielo moviéndolo de un lado a otro en forma de saludo, y después saliste corriendo hasta donde se encontraba tu cita esperando por ti. Te acercaste con una sonrisa mientras rascabas tu mejilla culpable.

-Perdón por llegar tarde, pero me quedé dormida en el metro. -Te excusaste con el chico con una risa nerviosa. El chico esbozó una sonrisa al escuchar tu comentario, y trató de aguantar la risa que le provocaste.

-No te preocupes -dijo mientras movía las manos en un vaivén, tosió para desapercibir su risa-, esas cosas pasan.

Le golpeaste suavemente en el brazo por su burla, para luego agarrar su brazo en un puchero y empezar a jalarlo para que caminara.

Los dos habían decidido por tener una cita en un lugar calmado, era su primera cita, y como tal querían poder hablar tranquilos y conocerse mutuamente. Ojiro fue muy valiente al invitarte a salir, aunque era obvio que no era de hacer eso. Por tu parte, solo te dejaste llevar por la emoción de conocer a alguien nuevo.

Empezaron a caminar por el parque, estaba casi vacío, pero aún se podía distinguir algunos padres con sus hijos y uno que otro vendedor.

Se sentaron en una de las bancas y empezaron a hablar sobre ustedes, para conocerse mejor.

-Me gusta mucho lo dulce -comentaste-. El otro día me comí tres tabletas de chocolate yo sola, pero shh nadie más sabe.

Ojiro rio, e hizo la señal de silencio con su mano, haciéndote entender que no le diría a nadie más. Después de eso se levantó de su asiento y se fue directo hasta uno de los vendedores del parque. Tú solo te quedaste mirándolo a la distancia.

Cuando regresó, te extendió un algodón de azúcar celeste, mientras que él tenía el rosado entre sus manos. Tus ojos brillaron al ver la esponjosa azúcar; le agradeciste el gesto mientras que tomabas el algodón.

-¿Si te gustó? -preguntó el chico sacando un pedazo de su algodón. Asentiste eufórica mientras te atragantabas con el dulce.

-Muchas gracias -dijiste después de tragar-. ¡Me encanta el algodón de azúcar! Y las manzanas acarameladas también.

El chico se levantó y te habló.

-Si quieres puedo ir a comprar una para ti -dijo apuntando con el pulgar a sus espaldas donde se encontraban los vendedores.

Lo tomaste de la mano e hiciste que se sentara nuevamente mientras negabas con la cabeza.

-No necesitas comprar nada más. -Agradeciste y luego sacaste un poco de lo que quedaba de tu algodón para extenderselo directo a la boca-. Di: "Ahh".

El sonrojo de Ojiro no se hizo esperar, pero nervioso y todo abrió la boca para dejarse dar de comer por ti. Y así, él hizo lo mismo contigo.

Estuvieron riendo y conversando un rato más, hasta que decidieron por dar una vuelta al parque para bajar lo que habían comido juntos.

Mientras avanzaban, el verde iba siendo más notorio, hasta que llegaron el otro extremo del parque donde existían un par de juego ya viejos.

Soltaste el brazo del chico para correr en dirección a los columpios y sentarte para empezar a balancearte. Ojiro por su parte se posicionó atrás tuya y te ayudó a elevarte.

-¡Hace mucho que no me subía a uno de estos! -gritaste como niña pequeña en carrusel. Tus mejillas sonrojadas mostraban tu felicidad en ese instante, cosa que le parecía lo suficientemente tierno al chico.

-Eres muy risueña, [Nombre] -comentó el chico.

-Solo soy feliz. -Paraste de columpearte y giraste tu rostro para ver como el chico te miraba conmovido. Te levantaste del columpio y fuiste directo a un tobogán grande justo al medio de la pequeña plaza de juegos.

Ojiro suspiró al verte ya en la parte alta del tobogán, que parecía una pequeña casa con el techo de madera.

-¡Ven, sube! ¡Quiero mostrarte algo!

-¿No es muy peligroso? -gritó devuelta.

-¡Solo es un momento!

Así fue como en grito y grito convenciste al chico de subir a donde estabas tú. La estructura no parecía que soportaría el peso de dos adolescentes, pero en ningún momento mientras que Ojiro subía hubo peligro alguno.

El chico llegó a donde estabas tú, tenían que estar agachados para poder caber dentro de la casita de madera.

-¿Qué sucede? -te preguntó el rubio al verte concentrada en una pared. Se acercó a ti y pudo apreciar los incontables nombres unidos en corazones que estaban tachados en la madera.

-Cuando era pequeña, este lugar era famoso por su historia. -Empezaste a contar-. Siempre que venía con mis padres, escuchaba hablar a los niños de mi barrio sobre que si escribías tu nombre y el de otra persona, nunca se iban a separar.

La nostalgia te llegó, y recordar esos días de infancia eran un tesoro ahora que ya estabas grande. Ojiro miró como tu rostro permanecía pensativo y distante, recordando el pasado.

El chico tomó una pequeña piedra con la forma suficiente para escribir en la madera, y empezó a tachar su nombre al lado de todos los escritos. Lo miraste sorprendida al ver como trataba de escribir el tuyo justo abajo del de él.

Cuando terminó y dejó la piedra a un lado, giró su rostro para mostrarte una sonrojada y tierna sonrisa. Le devolviste la sonrisa, no sin antes tomar la piedra que él dejó.

-Le falta algo -dijiste mientras que con la piedra trazabas un deformado corazón alrededor de sus nombres-. Listo, -Bajaste la mano al terminar-, tal vez así podamos estar siempre juntos.

Te acercaste más al chico, y apoyaste tu cabeza en su hombro mientras los dos miraban sus nombres escritos en la madera de la casita.

-Eso espero.

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Citas a ciegas [One Shots | BNHA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora