Quién me diría que esa persona que un día conocí como un desconocido podría despertar en mí tanto interés.
No sé en qué momento pasó, ni cómo fue que empecé a sentir aquello.
Su nombre resuena siempre como un susurro dentro de mi cabeza... Severus S...
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Al día siguiente, durante la clase de Pociones, Snape me pidió que me quedara un momento al final de la clase. Esperé a que todos se fueran y me acerqué a él.
- A las seis en mi despacho, no llegues tarde – dijo sin siquiera mirarme.
- ¿Algo más? – comenté algo irritada.
- Nada más. Largo – con la pluma que utilizaba en ese momento me señalo la puerta.
Salí molesta y cerrando la puerta de un portazo.
Al llegar al comedor me senté entre mis amigos y sin dirigir palabra a ninguno empecé a engullir todo lo que tenía delante.
- ¿Qué te pasa rubia? – preguntó James preocupado.
- Nada.
- Ese nada no suena a nada.
- ¿Qué mosca te ha picado? – dijo mi mejor amiga.
- Dirás qué murciélago – comenté en lo que enrollaba en el tenedor un tercio del los espaguetis del plato.
- ¿Qué? ¿Qué tiene que ver él con tu enfado? – insistió James.
- Nada – volví a contestar cortante. Me llevé toda la cantidad directamente a la boca.
- Será mejor que dejemos el tema – comentó Cope.
- Pero... - insistió el adolescente.
- No vas a conseguir que te diga nada.
Al terminar me levanté de la mesa sin mirar a nadie y fui al campo de Quidditch. Sabía que en una media hora entrenaría el equipo de Slytherin y era un lugar donde podía descansar. Además, James, quien se había convertido en el capitán, me permitía ver los entrenamientos.
Esperé a que llegaran y me acerqué, ya más relajada, a James. Me puse a hablar con todos los que iban llegando a las gradas mientras el castaño se aclaraba con el programa que él mismo había creado.
Después de un rato de entrenamiento decidí que era hora de estirar las piernas.
- ¡Chicos! – grité - ¡Un poquito más de ánimos, qué parece que voláis peor que esta chica!
- ¡Entonces, ¿qué nos propones?! – me preguntó uno de último curso que me había presentado James hace unos días.
Una sonrisa se formó en mis labios. Me quité el suéter de invierno, cogí del bolsillo de mi camiseta un pequeño objeto y con un toque de mi varita creció hasta convertirse en mi escoba. Me monté en ella y subí hasta donde estaban ellos para ponerme al frente.
- ¿Qué haces tú con una escoba?
- Perdone usted – comenté ofendida -, pero que no juegue en el equipo no significa que no la pueda tener conmigo. Vuelo mejor que todos vosotros juntos – comenté con aire de superioridad –. El primero que me coja demostrará que merece estar en el equipo, eso si me cogéis.
