10.- Un secuestrador de gallinas

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Una de las desventajas de ser lector son las ojeras, no puedes parar de leer, las noches se vuelven un insomnio lleno de libros.

Su fin de semana de Zachary Blackelee no fue la excepción, concilió el sueño pocas horas, y el domingo por la mañana radicaba acostado; con una almohada encima de su cabeza y un brazo colgando del colchón.

En la yema de sus dedos sintió humedad que poco a poco incrementó hasta llegar a su palma. Adormilado sacudió su mano y continuó percibiendo a su cachorra que lo lamía.

Basta, Europagruñó arrebatando su mano y limpiándola en la sábana. 

Eres adorable, no le hagas caso—se escuchó el murmullo de su hermano.

Zachary abrió un párpado para mirar a Dean que estaba en cuclillas con su mascota.

—¿Por qué no vas a molestar a Nicole, eh? Déjame en pazbufó—, son las seis de la mañana.

—Es que necesito un favor...—expresó con una sonrisa amortiguada. El mayor de los Blackelee hundió su rostro en la almohada para ignorarlo.

Dean se levantó y colocó a Europa en la cama para retirarse de la recámara.

—No, detesto que suelte pelo—dijo despabilado—¡Dean, ven acá!

El chico victorioso asomó su cabeza por la puerta. —¿Ahora sí me ayudas?

—No me queda de otra—soltó Zac sacudiendo sus mantas—. ¿Qué quieres? No estoy dispuesto a aventar otra vez papel higiénico en la casa del nuevo novio de la vecina.

—Admítelo, fue divertido—apuntó con el dedo y su hermano cruzó los brazos—. En fin, conseguí empleo como repartidor de periódicos, jamás imaginé que me traerían toneladas de ellos, no caben en la bicicleta, por eso necesito la camioneta para transportarlos en la ruta. ¿Podrías manejar mientras yo lanzo los diarios?

—¿Por qué no le dices a papá?—arqueó una ceja.

Dean puso los ojos en blanco y dijo: 

—Porque dirán que no necesito el dinero, blah, blah, blah. Se me está haciendo tarde, ya vístete para irnos—hizo un ademán.

Zachary no se creía ese cuento, pero se alistó y despertó a sus padres para recoger las llaves del auto, además, las ocuparía por la tarde, tenía que ir a un museo por un trabajo escolar y por esa razón los Blackelee accedieron. Confiaban plenamente en su hijo mayor, por lo responsable que era. Nada comparado con el menor.

—Ahora dime la verdad—soltó Zac antes de arrancar el auto. Requería saber que le beneficiaba de la excursión.

—Bien, pero guarda el secreto a mamá—suplicó—. En la semana voy a ir con ella al oculista,  pero me gasté el dinero que me dio y tengo que reponerlo...

—¿Compraste dulces como esos?—señaló la paleta azul que había en el costado de la puerta izquierda, y giró el volante mirando el retrovisor.

Dean daba la sensación de no estar escuchando, se dedicaba a lanzar diarios por la ventanilla del copiloto.

—¿No es irónico que deba usar anteojos cuando mi vista no ocupa las tecnologías? —dijo al cabo de cinco cuadras—. Es tan injusta mi vida.

—No, la miopía comienza entre los ocho y catorce años, estás en el rango. Y es producida principalmente por herencia, una alimentación inadecuada especialmente deficiente en vitamina C, la tensión ocular o estrés.

El menor siempre rodaba los ojos cuando su hermano hablaba como veterano. Hizo una mueca y continuó arrojando periódicos, después de tiempo decidió admitir por qué estaba ahí:

¿Contigo sin Internet? (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora