43. Una mariposa para despedirse

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La cabeza le estallaba, no lograba concentrarse en las palabras que los doctores les decían, el sonido natural de las cosas; las rueditas de las camillas, las pisadas apresuradas de las enfermeras, cesaron, y en su lugar una ráfaga de ruido escalofriante, cristales quebrándose, y un sonido de alarma chillante desbordaba de su interior.

Era un caos, todo le daba vueltas y entonces, las lágrimas comenzaron a brotar por sí solas, como un diluvio, gotas golpeando su corazón, rompiéndolo en pedacitos, desgarrando su alma.

Se quedó pasmado en un rincón de la sala de espera, tratando de sostenerse de pie aun cuando las piernas le fallaban, intentó mandar fuerzas a los brazos, pero estos eran como espaguetis sin algo que les mantuviera el soporte.

Cerró sus ojos, intentando que la imagen de Hallie volviera a su mente, que su sonrisa y sus ojos brillantes repararan el dolor que experimentaba. Pero el hueco en su pecho seguía, esa sensación de falta de oxígeno, y el escalofrío que se impregnaba en sus huesos y lo hacía estremecerse.

Quería desaparecer, quería que todo se tratase de una pesadilla de noche, de una alucinación suya... Quería regresar el tiempo, quería tenerla de frente, como la última vez y en vez de herirla con sus palabras, abrazarla como si a través de ese gesto le transmitiera todo el amor y vida que ella merecía.

Se negaba a creer que ella ya no estaba. No podía ser cierto, tenía que ser una equivocación, tenía que tratarse de una broma de mal gusto... Aún había esperanza, solo eran especulaciones, todavía podían confirmarlo reconociendo el cuerpo...

La señora Santini, con la mandíbula temblándole, asintió y junto con su esposo, siguieron a la persona de bata blanca que los condujo a la habitación con poca iluminación, al final del pasillo.

Desesperado, Zachary hundió los dedos en su cabello, se llevó las uñas a la boca y esperó que las sospechas fueran incorrectas. Pero un grito femenino y desolador salió de la habitación lejana y le heló la piel.

En un impulso reunió las fuerzas restantes para correr en dirección a ellos, pero fue interceptado por un médico.

—Solo familiares, chico—le había puesto una mano en el pecho para frenarlo.

¿Cómo le explicaba que él y Hallie debían de formar su propia familia en unos años? Tenía derecho de verla, era el amor de su vida... Pero, así como otros sucesos, el destino se los había arrebatado.

Los alaridos de la mujer continuaban, uno a otro más devastador que el anterior. Zachary se tapó los oídos, incapaz de aceptar más lamentos. Apretó sus párpados, pero las lágrimas ácidas salían sin control alguno, rodaban las mejillas y salpicaban en su camisa, otras caían al suelo de esa impecable sala. Quizá limpiaban aquel hospital con las lágrimas de todas las personas que perdían a un ser amado.

Los accidentes automovilísticos ocurrían en un chasquido de dedos, y se robaban el último suspiro de alguien, Hallie solo había sido otra víctima fatal.

En un movimiento de frenesí, golpeó su propio pecho, pidiendo que parara el dolor, rogando que la sangre perdida regresara a su cuerpo, que los latidos de él fueran suficientes para mantenerla con vida. Podrían compartir corazón, podían cambiar lugares... con su puño volvió a golpearse el pecho, por lo tonto que sonaban sus soluciones, por lo ingenuo que era, ¿por qué el amor no bastaba para volverla a la vida?

Quería arrancarse la piel, ardía, quemaba. Y a la vez, todo se sentía tan frío, la habitación como un congelador. Como un choque de emociones, tristeza, enojo, desesperación... la vista se le nublaba, no distinguía las letras del hospital, los papeles que los tíos de Hallie firmaban. Talló sus ojos, sentía desfallecer su cuerpo, iba a desmayarse, pero el coraje era más grande.

¿Contigo sin Internet? (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora