1.- Tanactofobia.

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El estómago de Zachary gruñía con inquietud, como si hubiese comido un celular que vibraba a cada cinco segundos recibiendo una nueva notificación.

No había almorzado nada gracias al susto que se llevó al verificar que no se trataba de una broma de mal gusto.

No tenía idea de qué hacer con el celular, planeaba regresarlo a la chica, pero ¿cómo le haría si no le conocía? Y sería descortés que lo tirara a la basura... Al menos ahí en el colegio.

Terminaron las clases y él se dirigió a la biblioteca de la escuela, aguardaba la esperanza de encontrar libros que asesoraran su situación. Se imaginaba hallar títulos tales como "Dile NO a las tecnologías" "Manual de un Tecnófobo" o "¿Cómo destruir un celular en 10 pasos?".

Sin embargo, no obtuvo buenos resultados ¿por qué no existían libros para tecnófobos, si existen todo tipo de libros? Hasta le dieron ganas de escribir uno y ganar un Premio Nobel.

Se entretuvo con el libro "Destroza este diario", lo hojeaba con diversión, quizá no se trataba de un celular, pero le estaba dando muy buenas opciones para llevarlo a cabo.

Miró su reloj de bolsillo como el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas y regresó a la realidad, era muy tarde.

En momentos amaba perder la noción del tiempo en las letras y páginas, en ocasiones lo detestaba porque se desviaba de su motivo principal, pues él solía ir a las librerías con la mentalidad de comprar el libro que la anterior vez no le alcanzó solicitar, hallar el libro de Álgebra de Baldor o algún otro que le pidieran en su colegio, no obstante, siempre terminaba viendo libros nuevos y olvidándose de la razón por la que había venido: un libro escolar.

Y en el peor de los casos, no compraba nada por falta de dinero y, por ende, leía constantemente el mismo libro.

Tomó sus pertenencias, le guiñó un ojo a la anciana bibliotecaria y acto seguido se marchó. Al menos ya tenía en mente qué hacer con su celular, carburó en su cabeza mil opciones sin dañar el medio ambiente y sonrió al saber cuál escoger.

Exhausto y con el apetito de cinco rinocerontes y ocho elefantes, llegó a casa. Lamió sus labios secos e introdujo la llave en el cerrojo.

Su hogar siempre se había caracterizado por el silencio. Pero en aquella ocasión se acompañaba con luces apagadas y cortinas cerradas, evitando a toda costa alguna luz emitida.

La gente común pensaría que se trataba de una fiesta sorpresa. Sin embargo, la familia Blackelee era todo lo contrario. Y Zachary lo sabía a la perfección. No era una buena señal lo que se aproximaba.

Lentamente, sus padres bajaron las escaleras con sus trajes típicos de azteca. Descalzos, con pulseras gruesas a sus tobillos, y con ostentosos gorros de plumas de pavo real.

El apetito de Zachary se esfumó. Estaba casi seguro de que sería sacrificado como ofrenda de cumpleaños. Sí, seguro iba a ser eso.

Entonces unas manos le rodearon sus ojos. Y una voz en proceso de niño-adolescente gritó en su oído:

—¡Feliz día de pascua!

—¿Pascua? —apartó con un movimiento brusco las manos de su hermano menor—. Es mi cumpleaños, gracias.

—Ahhhh—soltó Dean, era complicado diferenciar celebraciones con una familia tan extraña como aquella. Casi nunca prestaba atención.

Zachary bufó y accidentalmente aspiró el aroma a incienso que su madre ocupaba, mientras su padre tocaba la flauta.

¿Contigo sin Internet? (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora