36. Amigas hasta la muerte

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Durante el día se percataron de que no necesitaban un plan elaborado de lugares por visitar o conocer juntas, podían hablar donde fuera y convertir ese espacio en un sitio cómodo y acogedor. Incluso si solo permanecían sentadas en las bancas de un parque o en las mesas de la pizzería con la que frecuentaba con Zac.

Hallie amaba cuando Leila le contagiaba su emoción al hablar de un tema que le apasionaba, el solo hecho de verle los ojos brillosos y una inmensa sonrisa, sin tomar aire, y solo parlotear, la hacía feliz, a pesar de que no entendiese lo que dijera, o no compartiera el mismo gusto por las cosas, simplemente la flechaba con su forma de ser. Era confrontable estar a su lado, entrelazar los brazos para caminar.

De pronto las horas pasaron volando, como un pestañeo, se había citado desde las nueve de la mañana, y ya casi daban las cinco de la tarde.

—¿Qué te parece si te llevo a conocer a mis padres, cenas con nosotros, y te llevamos a casa después? —propuso Leila.

Hallie meditó por unos instantes, tener amigas virtuales la hacía apreciar cada segundo a su lado, porque sabía que no podía verlos no todos los días. Necesitaba aprovechar cada minuto a su lado.

—Me encanta la idea—aclaró su garganta—, pero prefería llegar por mi cuenta a casa, si no te molesta.

—¿No tienes hora de llegada? —arqueó una ceja.

—Podría decirse que no—se alzó de hombros, era eso y también que no quería que nadie se enterase de la reunión.

Leila chistó los dientes y procedió a soltar una sonrisa sonora que contagió a Hallie, el estómago les dolía por las tantas veces que habían reído durante el día, a veces eran producto de los nervios, otras veces nacían solas, naturales, reales.

Cuando estaban a punto de abandonar el parque caminaron en dirección opuesta, la conversación dirigía las palabras y sus pies, sin querer, había hallado un sitio donde colgaban listones en las ramas de un árbol gigante.

—Aguarda—Hallie se detuvo—, este lugar no lo había visto antes.

Entonces veámoslo de cerca—también le causaba curiosidad a Leila.

Los ojos de ambas se posaron en el rútulo que colgaba del tronco robusto. La leyenda contaba que era un árbol de los deseos.

Se trataba de un cazahuate que, en la cultura teotihuacana representaba el centro del universo, las hojas transformaban los deseos en radiación magnética que viajaba por todo el mundo para cumplir el deseo. Si se tenía un deseo, se podía remplazar una hoja por una anuda de hilo o listón para que el árbol mantuviera su función, es decir, cumplir el anhelo.

Leila abrió los labios para expresar su interés y emoción por la dinámica.

En cambio, Hallie se quedó estática. ¿Era su imaginación o todo le recordaba a Zac? El motivo por el que viajaría; la cultura mexicana, el árbol de pensamientos en la biblioteca de Blessingville, la radiación que le recordaba a la tecnofobia, los deseos que esperaba que se cumpliera como la leyenda de las mariposas.

En todos lados veía a Zac, entendió que, aunque él se marchara, seguiría con ella en gestos como ese. Él se las arreglaría para aparecer siempre en su vida, a veces en un pensamiento, otras veces en un recuerdo o anhelo.

Tenía tantas ganas de abrazarlo, cuando se suponía que no debería.

—De donde yo vengo solo rayan los troncos con las iniciales de las parejas, pero no es nada original—espetó Leila, irrumpiendo los pensamientos de Hallie—. ¿Y si escribimos algo nosotras? Suena bonito, un recuerdo de amistad, un sueño para compartir.

¿Contigo sin Internet? (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora