Epílogo

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Zachary Blackelee. Dieciséis letras, seis sílabas, y dos palabras para nombrar al chico más extraño y auténtico de aquella pequeña ciudad de Obless.

El chico que padecía tecnofobia y se enamoró de una chica con nomofobia que la llevó al borde de la muerte. O que al menos así era conocida la historia ante la ley.

Hallie Santini había muerto el trece de diciembre del dos mil diecinueve en un descuido por mirar el teléfono en la calle.

La historia nunca había sido justa, siempre existirían personas con poder y contactos para modificar la historia a su conveniencia. En este caso, la familia de los Miller era superior en riquezas, y mando.

Un chico de dieciocho años no podía dirigir las órdenes de un hospital, pero un estudiante de Medicina si podía permanecer más tiempo en las habitaciones y conocer más sobre el funcionamiento interno.

Se encargó de limpiar su nombre, con altas notas en la universidad, y su servicio social impecable, doblando guardias, eligiendo el internado siempre en el mismo lugar, simpatizando con las enfermeras y doctores. Ocupó sus dotes e inteligencia para absorber cualquier tema de traumatismos y lesiones que indujeran el coma.

Durante los siguientes tres años Zachary parecía vivir dentro del hospital, de lunes a viernes asistía como practicante, y los fines de semana, por interés propio, regresaba a las habitaciones de los pacientes de coma para leerles novelas de ficción con la intención de estimular su celebro, y con la esperanza de que algún día despertasen.

Algunos pacientes, después de varios días, semanas o meses, dependiendo cada caso, despertaban. Excepto una persona en particular.

Hallie llevaba mil doce días en coma. Y Zachary lo sentía como una eternidad, para él, todos los días eran idénticos, en la misma tortura a cada hora, en el minuto en el que entraba a la habitación con ella, se congelaba y sentía que nada avanzaba.

Aunque el cuerpo de Hallie dijese lo contrario, su delgadez se pronunciaba al largo de los años, clavículas más notorias, crestas afiladas en los huesos en su pecho.

A veces creía que comenzaba a olvidar su voz, su respiración agitada cuando se bañaban en sudor luego de entrar en contacto.

El brillo en los ojos de Zachary había desaparecido, una postura arrogante y superior eran la coraza que lo protegía de todos los demás, incluyendo de su propia familia.

Su madre, le había hecho entender que la tecnología era la causante de sus problemas, y por la ira que lo consumía por dentro, decidió darle la razón.

No había otra manera de seguir con vida, el coraje y la rabia lo mantenían de pie, las situaciones en el hospital nunca eran alentadoras y solo con un corazón duro podía continuar con el día, permitirse un rincón de sentimiento, por ligero y pequeño que fuese, lo derrumbaría en un océano de lágrimas.

La tristeza había acabado con Martha, la gallina murió después de tres meses de la ausencia de Hallie, se había ido con la idea desconcertante de la desaparición repentina de su dueña.

Y Zachary había llorado también su partida, sentía que la perdía en cada gesto y suspiro que daba. Solo le quedaban los teléfonos que compartían, ya no le quedaba nada capaz de respirar y palpitar.

Ni siquiera sus besos, Zachary había probado otros labios durante ese tiempo, en el metro, en la universidad, en el hospital con otras enfermeras, en fiestas con desconocidas, incluso había besado a Nicole, su vecina, a la cual Dean amaba irremediablemente. Creía que, destruyendo a los demás, él no se sentiría tan quebrantado, era un grave error.

Un día, en un arrebato de ira, selló los celulares y juró no volver a tocarlos, solo se lastimaba y se aferraba a un objeto inanimado. Prometió no volver a usar la tecnología, a hacer un voto de silencio como sus padres, al parecer, a ellos les funcionaba continuar con su vida suprimiendo aquel error que habían cometido con la tecnología.

—Te prometí que usaría la tecnología solo para una buena causa, y no encuentro una sin ti—le había dicho a Hallie, aunque dudaba que lo pudiera escuchar.

Por ello prefería solo leer en voz alta, porque hablar con ella, conectada a una máquina, se sentía como estar solo, sin ninguna respuesta que pudiera recibir a cambio, ninguna señal que le pidiera seguir leyendo para saber el final de la historia.

Zachary leía un libro al mes para ella, de cierta manera, resultaba terapéutico, se olvidaba de la bruma de sus problemas y vivía una vida que solo era posible en la ficción, los finales que quizá nunca volvería a sentirlos reales, un amor que perduraba ante todo mal, una pasión fundida en las letras.

Cuando llegaba al punto final del capítulo levantaba la vista con la esperanza de que esa fuese la última página que leía, porque ella habría despertado. Pero no sucedía así, él continuaba avanzando hasta el epílogo, y al cerrar el libro, nada había cambiado.

Había contado veintitrés libros seguidos con ese final feliz que él no conseguía.

—Eres como un libro complicado—le había dicho Hallie, una vez—, difícil de leer por los términos que aguardas, pero aquello no significa que dejes de despertar sentimientos dentro de mí.

—¿Gracias? —le respondió sin saber que se trataba de algo alentador.

—Aunque saldrán libros mejores.

—Oye, qué ánimos...

—Pero siempre serás mi favorito—colocó un dedo en sus labios—, podrá haber más libros después de ti, pero tú habrás sido especial por el tiempo que nos dedicamos juntos y nos acompañamos en momentos difíciles. Jamás te olvidaré.

Y entonces tomó su débil mano para no dejar que aquellos recuerdos desaparecieran.

Una lágrima enjuagó su rostro, era difícil salir ileso cuando rozaba su piel, la sostenía por un milisegundo, y en él se reiniciaba un mar de emociones y vibraciones en su cuerpo.

Otro día, en un momento de locura, llevó su máquina de escribir, y decidió comenzar a narrar su historia de amor, quizá en la ficción conseguían aquel final que merecían.

Redactó un par de páginas, le decía que la amaba y lo repetían con otras palabras, comas, y puntos. Escribió todo como si esa noche no hubieran discutido, uno donde la abrazaba y la acompañaba a conocer a su mejor amiga.

—Qué suerte la de un lector—dijo llevándose una mano a sus labios—, poder retroceder en las páginas y volver a las escenas felices... es una lástima que la vida no funcione así.

Se inclinó hacia Hallie, apoyando la cabeza en su pecho y redobló en llanto, permanecería paciente al día en que ella despertara, incluso si no lo hacía en décadas, su corazón le pertenecería hasta que dejara de latir, y él exhalara su último suspiro.

En ese momento entendió que las palabras de Hallie eran reales, ella era como su libro favorito, podían pasar los años y otras historias, pero siempre la elegiría y la recordarían con tanto amor como aquella primera vez.

Él, era un punto final, ella, era como puntos suspensivos. Y el coma, se sentía como un tormento similar al de nunca saber el final de su libro favorito.

Fin

¿Contigo sin Internet? (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora