42. Una llamada entrante

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Hallie sentía que en la habitación se estaba quedando sin aire y sin luz. Dio vueltas en su propio eje en busca de una ventana, de una salida. Nada.

Impaciente, buscó alguna fisura de la puerta, palpando cada extremo del umbral, sus hombros subían y bajaban a medida que respiraba a grandes bocanadas. Pero todo estaba en condiciones hostiles y resistentes.

Entonces, en un impulso, llevó una mano a su abrigo y buscó el teléfono para llamar a sus tíos. Las lágrimas caían sobre la pantalla y se secaban en su oído, cada tono de la llamada le parecía eterno, rogaba que contestaran, al menos uno de ellos, primero le marcó a su tía, luego le marcó a su tío, y ninguno respondió.

Fue cuando cayó en cuenta de que ellos siempre activaban el modo "no molestar" al anochecer debido a las múltiples llamadas de trabajo que recibían a cada noche.

De pronto recordó que seguramente existía un chico que no conocía esa función. Zac tenía que rescatarla de ahí.

Instintivamente, tecleó su número y se mordió el labio inferior.

—Responde, por favor—rogó al cielo que cada tono le provocara estrés al chico, y, por ende, respondiera rápidamente.

Se equivocó, Zac del otro lado del teléfono, había aprendido a silenciar la llamada. Estaba despierto leyendo un libro, estaba mirando fijamente la llamada entrante, pero no pensaba contestar. Su enfado era más fuerte.

Aunque si hubiese sabido lo que sucedía, no tardaría en buscarla. Pero hay cosas que no se podían percibir por un teléfono, y menos si lo ignoraba.

Hallie, derrotada recargó la frente en la pared hasta dejarse una marca por la presión que ejercía. Extendió una mano sobre la puerta, y la deslizó hasta dejarla caer.

No le quedaba aliento, pronto se vino abajo, haciéndose un ovillo, hundiendo su rostro en las rodillas. Quería cavar un hoyo, quería esfumarse, derretirse en las lágrimas que brotaban y le hacían compañía.

—¿Hallie? —gritó Laila del otro lado de la puerta.

—Sí—secó sus ojos lo más rápido que pudo—, ¿Laila? —se reincorporó y pegó una oreja a la madera.

—¿Leila está contigo?

En ese instante Hallie captó que no estaba enterada de la situación.

—No, no—habló atropelladamente—, ella me encerró aquí. ¿Podrías abrirme? Necesito regresar a casa.

Silencio. Nadie respondió.

Hallie cerró los ojos decepcionada, había fracasado en su oportunidad de escape.

—Me reprenderá si me entrometo en sus asuntos—dijo finalmente.

—¡No! —gritó ansiosa—, ella no se enterará, por favor, necesito volver a casa, ver a mis padres.

El tiempo que demoraba en responder le hacía conciencia de que no llegaría a nada si continuaba por ese camino, tenía que intentar algo mejor.

—¿Recuerdas que me dijiste que querías ser como ella? —rogó que todavía siguiera escuchándola.

—Sí—dijo al cabo de unos segundos.

Hallie sonrió aliviada.

—¿Y tú dejarías a alguien encerrado?

—No.

—¿Lo ves? —jadeó instintivamente Hallie, por más que quisiera disimular su voz y hablar serena, era imposible con la desesperación—. No eres como ella y eso está bien. Puedes ser mejor persona, por favor.

¿Contigo sin Internet? (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora