34. Promesas que se desvanecen

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Hallie había creado un sentido de pertenencia y seguridad en los brazos de Zac, por lo que ahora su partida le generaba un vacío inmenso.

El chico se quedó en blanco, helado. Él nunca había experimentado el abandono. Y se lamentó de su decisión. Pero ya era bastante tarde, la chica estaba indispuesta a hablar, Zachary daba dos pasos hacia delante y Hallie se alejaba más, como protegiéndose con los brazos cruzados.

Entendió que todo lo que había preparado para su velada romántica ya no iba a llevarse a cabo. Hallie se negaba a mirarlo porque quería ocultar las lágrimas de su vista.

No pudieron ver el atardecer como Zachary había planeado en una canoa y en el agua reflejando los rayos del sol, lo observaron por la ventanilla del tren de camino de regreso a casa. Por supuesto, la vista no le hacía justicia a la naturaleza.

Hallie pegó la frente al cristal, con desaliento. Zachary la observaba de pie, con mirada comprensiva mezclada con desánimo, el cabello le caía finamente en la cara y resultaba bueno para ocultar sus sentimientos que podían delatarse en sus ojos.

Aún no sabía que había hecho mal, pensó que Hallie lo entendería y haría funcionar lo que para muchos parecía imposible. Una relación a distancia no estaba diseñada para todo el mundo, habría personas que no se atreverían a dar ese paso por miedo, como Hall. Y habría otras que, aunque tuviese miedo, demostrarían un amor real, en especial Zac proviniendo de un antecedente con tecnofobia, creyó que lo vería como propuesta encantadora y aterradora al mismo tiempo.

Cuando él intentaba hablar para explicar el reto que asumía mantener su postura, Hallie fingía tener audífonos en sus oídos para ignorarlo, ella detestaba que no tuviera su escondite perfecto, su teléfono. Pero su indiferencia era suficiente para que Zachary lo notara. La puesta de sol terminó en un silencio sepulcral.

El chico intentó aprovechar los últimos rayos de luz para leer, pero no lograba concentrarse más allá del ruido de los vagones, sus pensamientos estaban en Hallie, la tenía centímetros de él y ya sentía que estaban separados por kilómetros.

Detestaba la idea de permanecer lejos de ella. Quería besarla, recargar su frente contra la de ella, acariciar su cuello, delinear su rostro.

Pero existía una línea delgada entre lo que se quería y lo que se hacía.

Hallie ansiosa en el asiento del tren, agitaba el pie, su mente era su peor compañero, las manos le sudaban, solo quería volver a casa para prender su teléfono y olvidarse de Zac, de sus sentimientos. Necesitaba desconectar del corazón y volver a conectarse a internet como método de escape.

Me quedé pensando en Leila—inició la conversación Zac cuando el cielo había pintado su punto más oscuro y caminaban en dirección a los edificios—, es peligroso mantener una amistad como esa.

Hallie permanecía molesta, pero la simple mención de su amiga la hizo volver a él.

—No es cierto, tú no la conoces.

—Exactamente—asintió—, y es por eso que no puedes querer y extrañar tanto a una persona que nunca has conocido.

Hallie rodó los ojos, sonaba igual que sus tíos y no pensaba discutir, no tenía caso desgastarse, solo iba a defenderse.

—Estás equivocado—caminó a pasos agigantados, quería llegar pronto al departamento—, las amistades de internet son uno de los amores más puros que existen.

—Hallie—se mantuvo de pie para clavar sus ojos en ella, en forma de ruego—, si yo me voy, no tendré cómo cuidarte. Por favor, no vayas a hacer algo así.

¿Contigo sin Internet? (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora