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El poeta desliza sus dedos por las páginas del libro que sostiene y se relame mientras se excita leyendo la oscura novela en la que regocija sus más culposos placeres. Las delicadas facciones de su rostro, demuestran el deleite que le provoca las letras en su campo visual, no obstante el paraíso extendiéndose a su alrededor es infinitamente imperfecto al lado de toda su gracia.

Está bien, es sólo un chico leyendo en el bus pero igual estoy enamorada.

Quizás en sus horas libres se dedica a escribir poesía pero quisiera que se quite los auriculares y se fije en mí. Quiero ser la musa de esos ojos azules clavados en el libro que sostiene.

Estoy a solo dos asientos más atrás del suyo elaborando métodos alternativos para llamar su atención mientras me pregunto qué tan obvio sería pasar a su lado y dejar caer mi cartera a sus pies.

Quizá me la robe. Mejor no...

Vuelvo de mi ensimismamiento cuando el bus se detiene en la puerta de la escuela y todos los alumnos que van arriba se agolpan en la puerta para bajarse.

El Dios Griego con auriculares y el libro se pone de pie, se quita el dispositivo de los oídos y saluda con una sonrisa de oreja a oreja a una joven que es compañera de Haley, dos años menor que yo.

«Oh, por Dios» pienso con mucha culpa. «Acabo de fijarme en un niño de dieciséis años.»

Saber que estoy a punto de enfrentar mi último semestre escolar me hace sentir la persona más vieja en la faz de la Tierra pero muy pequeña al imaginar que pronto seré de Primero al entrar en la universidad.

—¿Tracy?

Mi pie derecho toca el suelo y el izquierdo abandona el último escalón una vez que he descendido.

Carl se aparece frente a mí, entre medio de la multitud de estudiantes que se pasean delante de mis ojos.

—¡Hey!—le digo recordando que traigo su computador en mi mochila.

Con una ligera sensación de angustia el recordar el vídeo que guarda ahí. El lobo y la serpiente han sido causa de mis peores pesadillas en las últimas semanas.

Me acerco donde se encuentra de pie y, para sorpresa de todos, me estrecha en un reconfortante abrazo.

Su perfume a colonia y gomina para el cabello impregna mis fosas nasales. Recuerdo que la última vez que lo vi, se marchó poco a gusto con mi acusación a su sexualidad. Qué tonta soy, es que no me había dado cuenta que, en verdad, Carl es un chico muy serio y responsable. Jamás asumiría ni consigo mismo una orientación sexual...diferente; mucho menos frente a mí. Espero en algún momento generar la confianza suficiente como para que me confiese lo suyo con Jacob, es el único amigo fiel que me queda después de Charlie y no me sentiría bien si perdiese su confianza.

—Qué bueno volver a verte—asegura al distanciamos.

—Lo mismo digo—asiento devolviéndole una cálida sonrisa y me reincorporo un mechón de cabello tras la oreja.

—¿Vas a la clase de Cálculo?—me pregunta.

—Sí. Es un fiasco enorme tener que empezar el año con esa asignatura.

—Lo bueno es que queda poco para terminar. ¿Me acompañas?

—Claro—asiento y me acomodo la mochila.

Mientras caminamos, le pido pasar por mi casillero para dejar la mochila y las cosas que no me hará falta la próxima hora. Aquí aprovecho para devolverle su portátil y él asegura que lo extrañó mucho durante estas semanas, lo cual me genera una duda que no soy capaz de contener:

—¿Por qué simplemente no lo buscaste por mi casa?

Sus mejillas pálidas se ruborizan, los rulos en su cabello parecen electrizarse y se los acomoda una y otra vez.

—Eh...yo...sabes...estuve...viaje de vacaciones... eso.

—¿Viajaste por vacaciones?

—Sí. ¿Tú no?

—No—admito con algo de vergüenza. Lo cierto es que él me la ha contagiado ya que si no regresó es porque mi torpeza y yo lo humillamos con muy poco tacto social.

—Cierto. El castigo—dice lo indeseable.

Aún así, lo tengo por demás asumido... Cierro la puerta de mi casilla y acomodo un cuaderno bajo el brazo junto a la novela que actualmente me encuentro leyendo. Cuando las clases se ponen aburridas, es lo mejor que puedo hacer para no ir a ver cómo un hombre parado frente a un montón de alumnos, se dedica a dibujar números en la pizarra y a fingir que estamos entendiendo algo que nunca vamos a usar. Al menos, no los que queremos estudiar Literatura.

—¿Lista para la IVU?—me pregunta Carl.

Empezamos a caminar hasta el salón de clases y sus palabras me llenan de energía. Estoy preparadísima para darle mis primeras probaditas a la ansiada Independencia (oh, Sagrada sea).

—Muy lista. Creo que nunca estuve lista, en realidad, para vivir bajo el mismo techo que mi madre.

Carl suelta una carcajada que convengo pese a la terrible verdad que acabo de confesar.

Lo inesperado es que nuestras sonrisas decaen al ver que, entre el montón de alumnos que caminan por el pasillo, un rostro en particular se abre paso entre la masa de entes insignificantes.

Su cabello ha crecido, lo tiene tirado hacia un costado, los ojos de su particular gris son penetrantes incluso a la distancia. Se lleva por delante a la gente que interpone su hombro contra el suyo, lleva una chaqueta de cuero y bajo esta, una camiseta blanca de tela muy fina que deja entrever las fauces de un lobo mirando amenazante a todo el que camina por delante.

Las chispas saltan cuando nuestras miradas se cruzan.

Vuelvo a sentirme un conejito asechado por un león furioso que muestra los caninos y está ávido de carne.

—¿Tracy?—me pregunta Carl.

Creo que está a punto de decirme algo como que seguirá de largo y me dejará a solas con este terrible demonio que en breve se cruzará con nosotros.

—No—murmuro logrando finalmente quitar mi mirada de él—. Sigamos. No voy a detenerme.

—Bien dicho—conviene.

Me muerdo el labio inferior tan fuerte que me lo lastimo. Siento un ligero sabor metalizado en mi lengua y segundos antes de chocar con su agraciada masa de músculos forrada en cuero que se acerca, doblamos por el primer pasillo.

Vuelve a mirarme pero quito los ojos y lo... lo paso por alto.

Así es que suelto el aire que vengo conteniendo para volver a respirar tranquila.

—Wow—murmuro buscando calma—. Al fin...

—Tracy...

—Aguarda, Carl—cierro los ojos y me masajeo la sien mientras siento el pulso yéndome a mil.

—Pero, Tracy...

—Ahora no, Carl. Necesito... Necesito un momento.

—No entiendes que...

Mi amigo se llama al silencio y unas manos fuertes se cierran en mi brazo apresándose con un frenético control, muy al borde de hacerme daño.

—Ni pienses que vas a ignorarme.

Abro los ojos y desciendo al Infierno cuando distingo el olor a menta y tabaco antes siquiera de levantar la mirada.

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BAD BITCH #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora