43. Una mariposa para despedirse

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—Son unos ineptos—gritó con la garganta desgarrada—, debieron salvarla, debían hacer su maldito trabajo...

Los guardias de seguridad fueron tras Zac luego de identificar sus intenciones de agredir a los médicos. Pero la señora Santini intervino antes de que le pusieran un dedo encima.

—Zac—quiso decir con voz neutra, pero era difícil despojarse del sentimiento—. ¿Por qué no vas un rato a descansar? Te preparas, y nos acompañas en la tarde al funeral.

Funeral.

Definitivamente no estaba preparado para escuchar esa palabra y lo que aquello significaba... despedirse.

No. Hallie no estaba enferma, Hallie no sufría de nada, ¿por qué tuvo que partir? No quería reunirse con ellos en un lugar fúnebre. No, no era posible, no.

Antes de que Zachary respondiera, el tío de la chica se adelantó y lo acompañó a la salida del hospital. Zac arrastraba los pies, incapaz de articular palabras, la voz se le había ido, el nudo en la garganta apretaba tan fuerte que no le permitía hablar serenamente, solo alzaba la voz para desatar su enfado contra el mundo.

Fuera de las instalaciones se tomó un segundo para observar el cielo. Despuntaba el alba en los edificios de enfrente. Pero no tenía interés de ver más amaneceres en su vida si no los podría compartir más con Hallie.

Él también se quería morir, no soportaba la idea de que el mundo siguiera su curso sin ella en la tierra. ¿Por qué sentía que su vida se paralizaba mientras que la de los demás continuaban con habitualidad y movimiento? Personas y perros en las calles, familias enteras yendo al trabajo o al colegio, a pie o en carro, se sintió tan impotente.

Había salido de casa sin abrigo, disparado y con urgencia luego de escuchar el sonido de la velocidad de un auto, cuando la llamada se cortó el hueco en el pecho apareció. Sabía que no eran buenas noticias, pero nunca creyó que fueran tan terribles y agonizantes.

No tardó en llegar al apartamento de los Santini, y al notar que ellos no sabían de su paradero, procedieron a ir juntos a la comisaría, donde después de varias horas de desespero y ansiedad, les comunicaron del accidente de una chica con las características semejantes a las de Hallie.

Encendieron el auto y se dirigieron al hospital, el resto es historia, un punto final en la vida de la chica que amaba.

Caminó sin rumbo, los pies le ardían, se sentía perdido... vacío.

El frío por la mañana le heló las manos, y se tomó dos segundos para abrir la perilla de su hogar.

—¿¡Me vas a decir dónde has estado!? —las fosas nasales de su madre estaban dilatadas, con una mirada altiva que poco a poco fue disminuyendo al ver el aspecto de su hijo.

Zac estaba de pie, con la mirada puesta en el suelo, ocultando sus ojos rojos e inflamados, había llorado tanto que el aire le faltaba en los pulmones, no podía respirar.

—¿Qué sucedió? —preguntó y su nariz recobró la normalidad.

—Hallie se ha ido...—no se atrevía a pronunciarlo, todavía le costaba asimilar su pérdida. Pensó que, si no lo decía, no era real.

—¿A dónde? —dijo Stella, y el iris de su hijo vuelto un charquito de agua se encargó de transmitirle el dolor que lo consumía por dentro, y la hizo sentir estúpida de preguntar.

La señora Blackelee soltó un cargado suspiro y se aproximó a él, quiso sostener la cabeza de su hijo, acarició su cabello con la intención de tranquilizarlo.

Zac se aferraba al brazo de su madre, intentando que cubriera su tormento, pero no había manera humana para revertir la tortura de la ausencia de Hallie, los daños eran irreparables.

¿Contigo sin Internet? (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora