Cachorro #12

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Espero que les guste~

Nota: En esta historia, la inmortalidad viene con una consecuencia. En este caso, el mi poder tener descendencia

Wukong hizo las cosas mal y quiere intentar arreglarlo pero cada vez que intenta hablar para disculparse, se encuentra con una pared de ladrillos lleno de indiferencia y burla. Sabe que no puede quejarse porque se lo merece, aunque eso no quiera que sea molesto.

-Ellos nunca me perdonaron por lo que hice- confiesa en una de sus tantas visitas. Nunca a visitado tanto la ciudad como en las últimas semanas, es raro. -Me odiaron desde ese momento y nunca me dejaron acercarme- intentarlo terminaba con él cubierto de una sustancia marrón que prefería fingir que era barro.

-¿Esperas que sienta pena por eso?- Macaque esta molesta pero sin importar cuanto lo ignorara y lo mandara al diablo, ese bastardo siempre volvía. -Porque no lo hago, te lo merecías- esta orgullosa al solo imaginarse la ira de sus pequeños descargaron sobre el dios.

-¡¿Qué?! ¡No, no intento...!- suelta un gruñó lleno de desesperación y frustración, frotándose la cara con fuerza. -Mira, entiendo que nada de lo que diga o haga va a arreglar las cosas entre nosotros...- duele, porque la extraño, y saber que nunca la podría recuperar es como echarla sal a la herida. -...pero déjame solo...mostrarte algo...- la media fijamente, suplicante, intentando ignorar la molestia que ella muestra sin problemas. -...por favor-

-Agh, bien...- bufo, cansada. -...pero quiero que dejes de venir todos los días, estoy harta de ver tu cara-

-¡Vendré día de por medio!- Macaque frunció el ceño ante la gran sonrisa ajena pero supone que es lo mejor que va a conseguir por el momento.

Aceptar seguirlo no significa que estuviera dispuesta a subirse a su nube, no confía en él, pero usa sus sombras para moverse rápidamente y llegar a destino.

No va decirlo en voz alta, mucho menos con Wukong presente, pero la montaña es hermosa, es difícil negarlo. Con un clima perfecto que está segura que es producto de alguna clase de sello, sin calor exceso y una suave brisa soñando, con una cascada de agua clara que oculta el hogar ajeno y monos colgando de las ramas más altas de los árboles con hermosas hijas verde intenso. Duele verlos pero sobre todo, es abrumador el olor a durazno que hay a su alrededor, no puede evitar arrugar la nariz. Aun esta resentida, así que el olor le da algo de náuseas pero es fácil de manejar.

-Por aquí- Wukong hace un gesto y a ella no le queda otra más que seguirlo, decidida a no ver a los pequeños monos de pelaje blanco que la miran, pudiendo escuchar sus chillidos de curiosidad y confusión. Se dirigen a una zona más alejada de donde están los otros, algo oscura por lo frondoso de las hojas y con olor natural completo, algo raro para ser sincera.

-¿A dónde...?- se sobresalto, sorprendida cuando algo de repente impacto contra el rostro del dios, algo marrón y de aspecto húmedos, el olor a tierra ayudando identificar su procedencia. Quiere reír pero se abstiene, se lo merecía por completo.

-¡No eres bienvenido aquí, traidor!- suenan enojados y amenazantes. Ahí es cuando Macaque decide alzar la vista y es entonces que ve a los responsables. Son monos, adultos según su tamaño, el pelaje blanco está algo manchado y lucen apenas peinados, sus rasgos animales asentados por la manera en la que fruncen el ceño y muestran los dientes. Se ven enojados, con una de las manos en alto para lanzar más barro en cualquier momento.

-¡Les traje un regalo y ustedes me hacen esto, son de lo peor!- Wukong gruñó, limpiando con dificultad el barro en su rostro o pro lo menos, lo suficiente para poder ver nuevamente. Los monos chillan y gritan, lanzando el barro que ya tenían preparado y soltando carcajadas llenas de victoria al lograr dar en el blanco pero mientras el dios lucha para poder aclarar su vista, los pequeños se fijan en su supuesto regalo. Los tres parecen tensarse, como si estuvieran preparados para saltar, y ella no puede evitar mirarlos con asombro. Uno de ellos es el más grande y está segura que es macho, tiene el pelaje algo más largo y con las pintas marrones curvándose hacia arriba de manera natural. A su lado hay una hembra agazapada en la rama, mostrando la mancha casi negra que cubre la mayor parte de su espalda. Y la última también es hembra, levantada sobre sus patas traseras u sentándose de una rama más arriba, luciendo orgullosa de la mancha marrón claro que tiene en el pecho.

-Ustedes...- Macaque quiere llorar, porque no puede ser verdad que estuvieran vivos y allí después de tantos siglos, pero se obliga a mantenerse estable, mordiendo el interior de su mejilla en un intento de obligarse a concentrarse con la punzada de dolor que siente. -...mis bebés...- algo en su interior se estremece, sin saber si creer en su instinto o en lo que está viendo.

-¡Mamá!- ellos se animan, soltando chillidos llenos de angustia y felicidad mientras se apresuran a moverse, casi haciendo una carrera para bajarse de los árboles y moviéndose lo más rápido que piden para acercarse a ella.

-¡Mis bebés!- no puede creerlo pero esta extasiada y llena de felicidad, una carcajada saliendo de su boca al instante en el que siente el ligero pesos de sus pequeños que se le lanzan encima. Los abraza, sintiendo la suavidad de su pelaje bajo sus manos y el olor natural que tienen encima, escuchando sus sollozos llenos de alivio de volver a verla.

-¡Mamá!- son ellos, en serio son ellos y no tiene idea de como es eso posible pero los ama y no duda en aferrarse a ellos, apretándolos contra su cuerpo. Ya no son bebés, son más grandes, aunque eso no la detiene de arrullar y soltar suaves sonidos en un intento de tranquilizarlo.

-Se comieron mis duraznos- el dios responde la pregunta muda, luciendo aliviado de ver la escena. La mayoría de los pequeños estaban dolidos y deprimidos aceptando abrazos y cariño pero esos tres en particular, junto a algunos más, habían estado furiosos con él en las primeras semanas después de lo sucedido, no se acercaban y cuando intentaba cerrar la brecha entre ellos, lo atacaban. Fue malo y en algún momento, se descuido, solo para descubrir con horror que esos tres se habían comido un durazno que había guardado, ahora teniendo monos inmortales con enojo.

-Mis bebés...- se arrodilló en el suelo y los soltó solo para poder verlos mejor, aun en shock. -...han crecido tanto...- acarició suavemente la mejilla del macho, quien se apoyo en el toque con un suave murmullo.

-¡Volviste, si volviste!- sonrió uno de ellos.

-¡Estamos tan felices de que este aquí!- sonrió la que estaba a su lado.

-¿Viniste a llevarnos a nuestro nuevo hogar?- preguntó el último de ellos con ilusión, los otros dos animándose visiblemente pero ella no pudo ocultar su mueca. -¿Mamá?-

-Lo siento mucho, pequeños...- dejo escapar un largo suspiro, apenada y triste. -...pero no puedo llevarlos conmigo- su casa no era apta para mono. No tenía árboles grandes para trepar, mucho menos alguno que les diera fruta constantemente o una casada para bañarse. Además, desde que tuvo su cachorro, en realidad no pasaba mucho tiempo en su casa y eso, sería injusto para los pequeños. Dolía pero era muy consiente que ellos estaban mejor en la isla, lejos de los peligros y siempre alimentados.

-...tienes un cachorro...- jadeo, sorprendida, pero por alguna razón, los tres lucen extrañamente traicionados, como si ella hubiera hecho algo que lo debía.

-Si, lo tengo- asintió porque no había necesidad de mentir, no cuando estaba orgullosa de ella.

-Vendrás a visitarnos, ¿verdad?- la miraron con súplica. Estaba tristes, y había una ligera sensación de traición, pero su felicidad por tenerla viva y de vuelta en sus vidas ahora inmortales opaca todo lo demás.

-Por supuesto- se inclino para dejar un suave beso, uno sobre la frente de cada uno de ello, y ahí es cuando lo sintió. Vínculos, tres de aquellos que fueron arrancados cruelmente de ella, ahora estaba de vuelta. Brillantes y llenos de alivio.

~Monkie Kid~ 4️⃣Where stories live. Discover now